miércoles, 29 de diciembre de 2010

ARTE POR PARTES


Cuando leo La familia de Pascual Duarte me importa un bledo que Cela escribiese sus obras en pijama o camisón de rayas, o que dijese no sé qué de las gallinas. Y Viaje al fin de la noche, es una de las novelas fundamentales del siglo XX aunque Celine acabara siendo un pronazi, antisemita y cabrón insoportable, merecedor de los más oscuros calabozos.
La criatura más ingenua y ególatra, ese tipo rastrero y manipulador, el borracho más recalcitrante, cualquiera de estos puede ser el perfil de un autor de grandes obras literarias. En cierta ocasión pude ver a un consagrado poeta entrar en un bar a la hora del café, pedir un whisky, vomitar a los pies de la barra antes de que se lo sirvieran, bebérselo de un trago y salir sin pagar, tan campante. Nada de eso cambió mi admiración por sus versos. Eso sí, como todo el mundo que vive en sociedad puedo pasarme horas cotilleando sobre la vida personal de los escritores, de los jugadores de fútbol o de mis ex (excompañeros, exmecánicos, exdentistas), y puedo admirar la trayectoria personal de este o la otra, o sentir un desprecio absoluto por aquel de más allá.
También es cierto que en algunos casos es muy difícil distinguir dónde acaba la persona y empieza la obra, o la idea que empuja su trabajo. Eisenstein o Leni Riefensthal fueron artistas al servicio del régimen. Queda a juicio del observador distinguir la calidad artística de sus obras.
Un famoso pintor abstracto, cuyo nombre no diremos (lo desconocemos porque esta información se autodestruirá en 15 segundos), supervisaba el traslado de sus obras para una exposición. Se le dio a entender que el tamaño sí importaba, cierto cuadro no cabía en la bodega del avión. Pidió nuestro artistazo una sierra, cortó el cuadro en dos y dijo: no pasa nada, ahora ya hay dos obras de arte, por cierto, esta sierra es soberbia.
¿Ustedes creen que si partiéramos Las Meninas o el Guernica tendríamos dos obras de arte? Pues eso, la obra es una cosa, el artista es otra cosa y la sierra la suelen usar los leñadores o los asesinos en serie.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

AFICIÓN


Un hombre me contó que su afición era la fotografía. Tomábamos el ineluctable vino español que cerraba un acto de entrega de premios fotográficos, así que la frase parecía una simpleza causada por exceso de exposición a la Ribera del Duero. Observé la mirada soñadora del tipo que se perdía por la ventana, imaginé que estaría pensando en velocidades de obturación, aperturas de diafragma y profundidad de campo. Tengo más de 4000 fotografías de ventanas, dijo. Pero, hombre, eso no es una afición, es una obsesión. ¿Y cuál es la diferencia?, respondió sonriente.
Estaba claro que el hombre tenía ganas de conversación renacentista, densa y dilatada, pero yo tenía mis propias divagaciones.
Cuando el hombre observaba con delectación el marco de la ventana imaginé que su visión iba más allá, hacia lo que estaba fuera. Si vemos a alguien mirar un escaparate suponemos que le interesa lo que está expuesto —aunque tal vez sea un agente secreto que espía en el reflejo al enemigo—, ¿cómo imaginar que esté calibrando el grosor del cristal, la estructura de metal o la correcta limpieza del vidrio?
Hay gente que admira las motos como objetos de arte, retienen en su memoria datos técnicos y líneas de diseño, pueden identificar cientos de modelos y pasarse horas observando catálogos o motos aparcadas en la calle, y sin embargo sentirían terror si tuvieran que utilizarlas para desplazarse. Como si un elefante admirara un cacahuete temeroso de sentir su sabor.
Me dirán que hay aficiones mucho más increíbles, que no es para tanto. Pero no se dan cuenta de que la afición es más peligrosa que la obsesión. La obsesión reconoce la existencia de una idea persistente de fuerza incontrolable, por tanto la consideraremos amenazadora, tal vez merecedora de algún tratamiento concreto. La afición, sin embargo, ladina y engañosa, se mostrará como gesto de poca importancia, una tendencia, nada más, algo con lo que podemos convivir hasta la tumba.
¿A ustedes no les da más miedo un aficionado a la taxidermia que alguien que alberga en su biblioteca todos los libros publicados sobre Jack el Destripador?
¿Y fotografías ventanas desde dentro o desde fuera?, respondí.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

EL GRITO

Me desperté con un sobresalto y aparté el libro que se había dormido sobre mi pecho con una sensación de angustia nacida en los sueños pero aún pataleante en la vida consciente, arrastrándose por mi cabeza como barro informe y dispuesto a bullir con una forma determinada si era capaz de encauzar mis pensamientos y darle forma concreta a su naturaleza maleable. No era algo que tuviera que ver con el libro, era un viejo compañero bien conocido y releído, así que lo volví a colocar en la mesita con otros amigos de papel siempre dispuestos al reencuentro.
Me froté los ojos con la delicadeza, intensidad y meticulosidad del criminal profesional hasta que no me quedaron huellas posibles en la mirada y contemplé como cada mañana El grito de Edvard Munch, una vieja reproducción sobre la pared azul que intenta imitar el color del cielo, el exterior. Me pregunté, como siempre, si las manos que rodean el rostro calavérico sujetan las mejillas vibrantes del ser que grita al espectador o se posan sobre las orejas para intentar tapar el sonido interminable de esa boca abierta para el aullido eterno.
Cerré los ojos para oír mejor. Los sonidos de la calle que llegaban por la ventana anunciaban lluvia, tráfico, coches. Imaginé la intimidad del conductor disfrutando de la radio, o de los pasajeros del taxi, los viajeros del autobús, sus vidas posibles... No, es imposible ponerle término a algo desconocido con el planteamiento de un universo que, por minucioso y dilatado, llega a ser infinito. Tenía que levantarme.
Fue al ponerme las zapatillas cuando recordé el pálpito, por fin. Era una conversación con un amigo que decía aquello de Oscar Wilde: no midas a un hombre por sus amistades sino por sus enemigos.
Ya, sí, pero ¿quién es mi enemigo? ¿Y por qué voy a querer ser medido?
Y por qué tener enemigos, me preguntaba ya fuera de la cama, bostezando con toda la extensión posible de mi mandíbula batiente. Para qué una guerra. Levantarse con el deseo de que el día acabe pronto para poder volver a la cama es ya una forma de entregar las armas y sumirse en la rendición incondicional. Decía Cervantes que la memoria era la enemiga mortal de su descanso.
¿Dónde hallará descanso el hombre que huye de su propio demonio?

jueves, 9 de diciembre de 2010

MINUTO PSICOLÓGICO


¿Cuánto dura un minuto psicológico?
No es la medida del tiempo lo importante, sino lo que ocurra mientras tanto. Un minuto en manos de Marcel Proust le daba para más de 400 páginas sin levantarse de la cama ni conocer amante. Pero yo ya me había levantado, ya estaba vestido y magníficamente desayunado dispuesto para hacer la compra.
Mi minuto psicológico empezó en la sección de refrigerados del supermercado. Me conquistó un envase de yogur por su sobriedad verde oscuro, su mensaje frío pero reconfortante, una palabra con resonancias medicinales y fundamento de lengua muerta para nombrar su componente necesario en las mejores formas de vida: bífidus.
Yo quería que me pasara como en el anuncio televisivo: te comes el yogur mientras dices “ya sabes, es para...”, te das unas palmaditas en la tripa y las chicas te sonríen. Supongo que si en lugar de toquetearte la barriga tiras de la cadena, o se oye el ruido de la cisterna, el gesto no resultará tan seductor.
Continuando con mi minuto, me lancé a comprar latas de sardinas con omega 3, leche semidesnatada con un 30 por ciento más de calcio, mayonesa light con luz propia, dentífrico blanqueante con flúor para dientes sensibles y nostálgicos, sopa de sobre supervitaminada y mineralizada y, con harto dolor de corazón, cerveza sin alcohol. La cesta de la compra parecía una farmacia.
El minuto acabó cuando tuve que pagar y descubrí que la mayoría de estos productos, anunciados como una necesidad en toda dieta sana, resultaron ser más caros que los de siempre, esos que llevan consumiendo tantas generaciones de longevos desinformados, que tampoco iban al gimnasio para dejarse los duros en el spinning, el fight box, el watsu o el aerobic.
La industria basada en el culto al cuerpo mueve grandes cantidades de dinero. ¿Qué sería de todos los que trabajan en fábricas de cosméticos, o de ropas y alimentos adecuados, o de todos esos que hacen los anuncios, o de los monitores y personal de los gimnasios, que ocurriría si sólo les dedicásemos un minuto?
El minuto psicológico dura lo que marque el árbitro al final de la primera parte. En mi caso no hubo goles.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

SUEÑO ETERNO


“De todas las cosas difíciles de aguantar, quizá la más difícil sea que tus vecinos te rehuyan y te dejen en desdeñosa soledad”, decía Mark Twain en El forastero misterioso. Por otro lado, Francisco Umbral utilizaba la expresión “más solo que un escritor” y Haruki Murakami dice que escribe por la misma razón que corre, “para poder encontrar la soledad”.
Tal vez no por el rechazo de sus vecinos, más bien como el fruto de una deliberación personal, el escritor se queda solo. Pero no está vacío, le acompañan ideas y palabras, un mundo lleno, probablemente un universo creado personalmente.
Se quedaron John Updike, Antonio Pereira, Antonio Vega o Mario Benedetti, se quedaron solos para dejarnos palabras.
Dejó de fumar John Updike, precursor de Cheever y Carver, heredero de Dos Passos y Hemingway, minucioso destripador del aparente bienestar de la clase media (norteamericana, mundial). Lo más conocido es el ciclo de novelas protagonizadas por Harry Conejo Angstrom, pero no pierdan la oportunidad de reírse con sus relatos de Henry Bech.
Antonio Pereira seguirá contando sus cuentos dondequiera que esté, probablemente al calor de un magosto con aires bercianos en la cocina vieja del Olimpo. También nosotros cogeremos un puñado de castañas —o fresas, o cacahuetes— y seguiremos repasando, comodones en la gloria, su Recuento de invenciones.
La tristeza en el bolsillo y / la careta de cartón, cantaba Antonio Vega en “Antes de que salga el sol”, lo hacía 30 años antes de que su gesto y su voz se volvieran realmente cartón, humo, polvo, sombra, nada. Pero, si Elvis está vivo y Lope resucita cada vez que un escenario alberga sus obras teatrales, sólo tenemos que poner la radio o cantar en la ducha para resucitar al chico de ayer, triste, solitario y final.
Mario Benedetti escribió poemas y novelas, pero sin duda son sus relatos los que le han hecho universal, imprescindible, inmortal narrador. Se ha escrito mucho sobre él estos días: lean, aprendan de la persona que era, pero sobre todo corran a la biblioteca, a la librería, a la estantería, a la mesita, cojan sus libros de cuentos y denle vida.
No estamos solos.