miércoles, 28 de septiembre de 2011

DELIBES

 
Él siempre hizo obras que reflejaban la actualidad, dice una docente con larga experiencia cuando hablamos de Delibes. También el Lazarillo era una obra de actualidad, respondo entre la empatía y la incitación. Y me pone un ejemplo.
Mira, cuando a en los 70 leías Cinco horas con Mario, no paraban los comentarios: qué mala es ella, qué ambiciosa, cómo puede decirle esas cosas, lo del 600... Ahora lo leemos en clase y  no paran de criticar lo egoísta que era él, tan despegado de la familia, tan egocéntrico... Eso engrandece la obra, digo yo, que acepte interpretaciones diversas, que los lectores se metan tanto en el ajo que lleguen a ponerse de parte de una o del otro. Intento ceñirme al libro, su valor inalterable: la valentía del que escribe letra a letra sobre un papel en blanco y lo muestra a otros, la validez de ese acto, esa obra, en todo momento.
Pero ella tiene razón. A los ojos de cualquier jovenzuela, símbolos sexuales de hace 50 años como Marylin Monroe o Anita Ekberg eran unas gordas (no creo que los jovenzuelos opinen lo mismo), las películas españolas del “destape” que en su momento provocaban excitación ahora dan risa, los indios eran los malos de las películas de vaqueros y nadie se preguntaba qué defendían, el héroe fumaba con unos gestos que todo espectador quería imitar... Y ahora sabes que el que fuma es el psicópata, que la voluptuosa es una espía enemiga y, en general, espectadores y lectores disfrutan más cuando las diferencias entre buenos y malos están más claras. Deberíamos pasar por alto siglos de literatura y escribir cuentos cada vez más simples, ponerle una capucha roja al dinosaurio de Monterroso, o un par de frases para dar a entender sus mandíbulas. Cualquier cosa para que el lector deje de pensar en posibilidades.
Lo que pasa con Delibes es que está vivo, dice Lourdes mientras coge los libros para ir a sus clases, en los setenta o ahora los lectores siempre toman partido cuando lo leen.
Hay que rendirse ante la evidencia de Delibes.
Se llena la sala de valor literario mientras todos salimos, la frase sigue y el silencio llega.
Las palabras ya están escritas.

Publicado en El Comercio

miércoles, 21 de septiembre de 2011

LECTOR POR VENTURA


Hace años me contaba cierto albañil una de sus aventuras laborales: haciendo la reforma de un piso, en el baño, el suelo cedió y fueron a parar a la vivienda del vecino de abajo. Cuando yacían entre escombros, punzantes espejos rotos y tazas de váter nuevecitas recién partidas, comprobando si todos los huesos seguían en su sitio y las heridas no eran graves, apareció el dueño de la casa por el pasillo, en bata y zapatillas, aún marcando con su dedo índice la página del periódico que estaba leyendo, mientras decía: hace un rato que pensaba venir al baño, pero empecé a leer este artículo tan interesante...
Una vez más se ponía de manifiesto que la realidad, por esencial capricho, siempre logrará historias mejores que las que puedan surgir del esfuerzo de una mente arriesgada o la imaginación más exuberante. El azar que rige nuestra realidad es el mejor escritor de ficción porque ni siquiera tiene que ser verosímil, no está sujeto a esos filtros o limitaciones personales, sencillamente los hechos se producen.
Podríamos preguntarnos quién era el autor del texto que salvó la vida del lector, de qué trataba, si era un tema de gran altura intelectual o el más indecente cotilleo, continuaríamos recreando el suceso para adornar la anécdota y darle brillos... Como sea, hay algo inalterable en esa situación: la palabra escrita influyó en la vida del lector más allá del puro entretenimiento o deseo de información, no es que agitara su conciencia tras el puro acto de lectura mecánica e interpretación del mensaje, no es que almacenara el texto jugoso en su memoria para luego comentarlo con sus amigos, o para utilizarlo en su trabajo, lo que leyó aquel hombre en aquel preciso instante cambió su realidad por completo, le salvó la vida.
             Pero, a pesar de que en este drama con final feliz la forma y fondo del texto salvador no tienen la menor importancia, uno no puede dejar de preguntarse qué podemos escribir lo suficientemente interesante para que los lectores lleguen a olvidar por un momento sus necesidades vitales y, de alguna manera, darles más vida.

Publicado en El Comercio

miércoles, 14 de septiembre de 2011

SEMÁFOROS


Mientras esperamos el verde del semáforo, mi hijo y yo mantenemos una conversación en el coche sobre los colores. Todo comenzó por un nuevo malo que ha aparecido en sus juegos.
Y de qué color viste el malo, pregunto. De negro, claro, los más malos siempre llevan ropa negra. ¿Es que el negro es un color malo? No, es el color de los malos, porque es oscuro, como el reverso tenebroso. ¿Qué es el reverso? Es como lo que está detrás, creo. ¿Y qué significa tenebroso? Verde, ¿esto es otro examen sorpresa? Que no, hombre, sólo estamos hablando de los colores. Bueno, vale, tenebroso es algo como crujiente que da miedo.
Avísame cuando esté verde, oye, y entre el negro y el blanco ¿quién gana? El negro, claro. ¿Por qué? ¿Es que el negro puede más que el blanco? Pues claro, por la oscuridad, porque siempre hay más oscuridad, es más poderosa, jolín, ¿tú ves algo blanco por aquí? Tu camiseta por ejemplo. Sí, ya, pero mira las arrugas, ¿no ves la sombra? Verde. Pero al final siempre ganan los buenos, ¿no? Claro.
Es que los malos son más fuertes, dice, pero los buenos son más listos, por eso ganan. Y visten de blanco, ¿no es eso? Claro, como Gandalf al final, y Luke Skywalker y... bueno, casi todos los buenos se visten de blanco alguna vez. ¿Y los que van de colores? Verde. Esos casi todos son malos, como el Joker, Arlequín, el Duende... ¿Y qué pasa con Batman?, va todo de negro. Es que Batman es un poco raro.
Oye, ¿y el gris? Pues medio buenos medio malos. Claro, digo yo ya contagiado de dualidad, ¿y eso cómo es posible? Pues como los dementores que llevan una capa gris y están vacíos por dentro, son igual de malos para todos. Verde. Vigilan que no se escapen de la prisión ni los malos ni los buenos.
¿Y qué pasa si un malo se disfraza de blanco? Ya, sí, como Saruman, pero esos son más malos todavía, es que ya hasta tienen cara de malos; además me dijiste tú que ese actor era también el que hacía de Drácula, con la capa negra, y luego era el Conde Duku; seguro que le gusta hacer de malo. Pues una vez dijo que quería hacer de Don Quijote. Verde. Ya, sí, claro, vestido de negro, no te fastidia.

Publicado en El Comercio

miércoles, 7 de septiembre de 2011

PERPETUA LECTORA

En mitad de la noche un golpe sordo quebrantó la duermevela del cuidador de la residencia de ancianos. El grito que siguió le hizo despertarse del todo y correr por los pasillos mientras se preguntaba qué habría pasado. Cuando abrió la puerta todos sus músculos estaban dispuestos a enfrentarse a cualquier enemigo.
El libro, dijo la mujer malherida desde el suelo señalando al culpable. Se lanzó el hombre sobre el malvado objeto y dominándolo con una llave karateka lo acabó lanzando contra le esquina más apartada de la habitación.
Pero qué haces, mentecato, ayúdame a levantarme. ¿A qué viene eso de tirar el libro?
Reconoció el hombre a la lectora, mujer de ochenta y tantos que acudía al Centro de Educación de Adultos recorriendo media ciudad para seguir renovando sus conocimientos aunque tuviera sin duda mucho más que enseñar que aprender.
Lo siento, dijo ayudándola a levantarse avergonzado.
¿Pero a ti quién te ha enseñado a tratar los libros así?
Lo siento, María Luisa, creí que era por culpa del libro.
No, si culpable sí que lo es, porque quería posarlo en la mesita y, como ahora sacan estos libros supervendidos que pesan tanto, basculé y caí de la cama.
La mujer pensó en dormir, pero el sobresalto nocturno le había revuelto los recuerdos y no quería quedarse dormida con esa pesadumbre. Cogió aire y se levantó mientras sentía el dolor del mal golpe, estaría achacosa toda la semana. Agacharse para recoger el libro fue lo peor, luego sólo tuvo que hacer los pasos pequeños.
Consiguió recostarse y posar el pesado libro sobre su pecho. Observó el vaso de agua medio lleno en la mesita, cerró los ojos y esta vez no oyó ninguna sirena, tan sólo coches que pasaban, podría llegar a Ítaca sin huir de las tentaciones, no estaría Dean Moriarty al volante y el dolor en la cadera seguía allí.
Pero en cuanto abrió el libro y los renglones empezaron a pasar, sus rasgos rejuvenecieron, sus canas se volvieron negros cabellos y sus dedos se movían ágiles sobre el teclado de un ordenador que manejaba con la facilidad de una joven pirata informática dispuesta a resolverlo todo.

Publicado en El Comercio