miércoles, 26 de octubre de 2011

OTRO GOL


La pasión es necesaria: ese descontrol del sentimiento tiene que aflorar de alguna manera y, como somos animales humanos criados en un entorno social, vamos al fútbol; no siendo más que un espectador ante un partido es fácil perder los papeles, todos lo hacemos y nadie lo tiene en cuenta. No estamos sudando la camiseta, ni rompiéndonos las piernas contra otros chavales que viven del mismo negocio aunque sean por unos momentos el enemigo. Estamos sintiendo los colores desde la grada.
Todo está perfectamente establecido: silbamos o insultamos al contrario según capacidades, arengamos a los nuestros con los cánticos correspondientes aún dudando de su absurda rima, miramos el marcador atentos a resultados ajenos por si tenemos algo que celebrar, insultamos al árbitro y sus ayudantes como es debido, aplaudimos o abucheamos a los jugadores que cambian campo y banquillo mientras hacemos conjeturas sobre su posición y consagramos o condenamos al entrenador, celebramos los goles o nos abrazamos con euforia a desconocidos si la situación se había puesto tan tensa que nadie sabía dónde estaba su lugar, silbamos al palco, al entrenador... Vivimos, con pasión, un partido de fútbol en el campo, una de las situaciones más placenteras que se pueden disfrutar. Como oír un gran concierto, saborear el mejor cocido o ese que disfruta paseando con la ropa más elegante.
Es entonces cuando el hombre más indolente, ese señor discreto y tranquilo —no está claro si tímido o dicharachero— se convierte en Mister Hyde, se revela su Señor Oculto y sorprende a los que estamos cerca con gritos un poco más desalmados que los nuestros. Es evidente que somos muchos los que descargamos tensiones con el fútbol, sea por rabia existencial, estrés, hormonas desatadas, influencia mediática o aburrimiento de todo lo demás.
Olvidaremos nuestros miedos y dedicaremos todo nuestro sentimiento al partido, lo echaremos por la boca, gritaremos con todas nuestras fuerzas sin que eso sea algo fuera de lo habitual, tan sólo uno más. Todo por la boca gritando el gol necesario para vivir una semana más.

Publicado en El Comercio

miércoles, 19 de octubre de 2011

PRINCIPIOS


Llamadme Ismael, ¿alguien sabe qué libro empieza con esa frase?, dijo el profesor de Sociales de sexto; era el primer curso en el que teníamos un maestro para cada asignatura así que estábamos todos un poco desconcertados. Levanté el dedo y también lo hizo mi nuevo compañero de pupitre. Ese fue el comienzo de una gran amistad. En el instituto llamábamos Moby Dick a monstruos marinos más inquietantes, no creo que ninguno recordase en aquellos tiempos de hormonas descontroladas la novela de Melville.
No son los compañeros de copas, de trabajo, de aventura, eso no forma parte de lo establecido, son los amigos los que no deben darte la palmadita en la espalda cuando lo que te conviene es un buen sopapo, una frase bien definida para ponerte en tu sitio.
              Celebrando la amistad y haciendo honor a sus comentarios, debo dar unas explicaciones fundamentales que a mi juicio parecen obviedades.
Trampas y cartones no es una columna de opinión. En este periódico y en todos los que circulan encontrarán columnas de opinión —con las que pueden disfrutar, compartir, aprender, discernir e ilustrarse en general— escritas por personas capacitadas para eso: mostrar una opinión bien contrastada (o no) sobre determinados temas de actualidad.
Aunque a veces se traicione, el objetivo de esta columna es reflejar la realidad y apuntar sobre determinados momentos o situaciones que pueden provocar en el lector pensamientos críticos, cuestionar su entorno más cercano. Gran parte de las columnas están escritas en primera persona, porque esa forma de contar las cosas estrecha la relación autor-texto-lector, y lo sentimos más real.

Piensen en un escritor de novela histórica: ¿era el finlandés Mika Waltari un egipcio del siglo XIV antes de Cristo?
Ese que firma y sale arriba en la foto no es más que un monigote que pone la cara. El que vive realidades verosímiles, el que le da vueltas a las situaciones y las palabras para meterse en lo más íntimo del que lee y hurgar en sus principios, soy yo: el autor. Y vivo dentro de ese tipo, aunque soy otro. Y tengo opiniones, pero me las callo...

Publicado en El Comercio

miércoles, 12 de octubre de 2011

MY TAILOR IS RICH


No me extraña que algunos niños afirmen con los ojos como platos que su programa favorito de la tele son los anuncios. Condensar en unos segundos un mensaje concreto, cargado de información dirigida a un público determinado con la intención de moverlo a acciones de consumo, es algo que los publicistas han llegado a convertir en arte.
Lo que no entiendo es a qué vienen esas frases en inglés. Como ese en el que dicen la marca del coche y luego, en inglés: mueve tu mente. O te invitan a pimplar ron —invitan en el sentido de incitar a consumir; la pasta la pones tú, of course1— y luego te sueltan no sé qué en la lengua de Shakespeare. Está claro que quedan mucho mejor esas frases que, por incomprensibles, pasean discretamente ante nuestros ojos mensajes descabellados. Ropa auténtica de la gente salvaje, leemos (en anglo, naturalmente) en el elegante polo de ese señor mayor, mientras juega al dominó.
Parece que lo dicho en otro idioma, por absurdo que sea, es más fascinante. Como aquella chica que sonreía inocentemente vestida con una camiseta rosa en la que se leía, bajo el dibujo de un gatito: a las chicas calientes les gusta el rosa. Y más de uno, aún no sabiendo inglés, pudo comprobar que la chica era más bien fría, distante, ajena al paso del tiempo, carpe diem2 no estaba entre sus principios vitales. Más de un estudiante de intercambio se rindió ante ella defraudado. Chaise3, decía en teutón un Erasmus.
Todo esto puede resumirse en unos segundos como hicieron en un anuncio de no sé qué país nórdico —je ne se pás4— en el que toda una familia subía al coche (padre y madre delante, niño y niña detrás) y conectaban la radio para oír una canción que acompañaban con agradables sonrisas familiares mientras empezaban su viaje. Los subtítulos que traducían la canción eran una serie interminable de tacos que no borraba la ignorante sonrisa. Luego salía un rótulo que anunciaba clases de inglés.
Otros dirán que es mejor vivir en la bendita inopia, fucking nice, isn’t it?5
Y para que vean que aquí no hay trampa ni cartón, añado las traducciones pertinentes6.

1 Inglés: por supuestísimo.
2 Latín: vive al día, disfruta del momento, a por todas...
3 Alemán: mierrda, me equivoqué con esta chica y mirra que la camiseta parrecía bien clarra.
4 Francés: vaya usted a saber.
5 Inglés: fascinante, ¿no es ello?
6 Castellano: oportunas, adecuadas, las que vienen al caso, no sé si me explico.


Publicado en El Comercio

miércoles, 5 de octubre de 2011

EPOSTRACISMO


Nos pasábamos tardes enteras dedicados al epostracismo y ni siquiera éramos conscientes, a quién podía importarle el nombre -la palabra-, lo interesante era la acción. Se trataba de lanzar una piedra sobre el río de forma que diera el mayor número posible de botes sobre el agua. Había que buscar guijarros planos y redondeados, para proyectarlos a ras del agua dando un efecto de peonza con el dedo índice. Lo llamábamos hacer sopas o ranas. Ahora descubro que también se llama hacer cabrillas, la chata, el patito... y, ya en el colmo de la rimbombancia: epostracismo. Que sí, etimológicamente perfecto, pero no quiero pensar en las collejas que le pueden caer al relamido que proponga semejante juego (¡Vamos, niños y niñas, juguemos al epostracismo!, y plas). Además, estando la lengua viva, habiendo agua y piedras desde el principio de los tiempos, no tengan duda de que habrá cientos de nombres para esta actividad repartidos por toda la geografía mundial. Seguro que saben ustedes muchos más de los que aquí se mencionan.
           Hacíamos campeonatos donde el agua era más plana, normalmente debajo del puente -que años más tarde daría cobijo a correrías menos infantiles, más nocturnas, gozosas de otra manera-, o cerca de la presa, aunque allí había menos piedras donde escoger. Llegábamos a 20 saltos, en el mejor de lo casos, una verdadera proeza. Pero ahora uno se pone a buscar por internet y descubre lo serio y profesional que puede ser todo esto.
           Ya Homero menciona esta práctica en la Antigua Grecia, fíjense ustedes, somos un eslabón más de la cultura clásica grecolatina. Y de lo concienciados que han llegado a estar algunos epostracistas nos da una idea este dato revelador: el récord mundial en la actualidad, según el Libro de Récords Guinness, conseguido por un tal Russell Byars el 19 de julio de 2007, es de ¡51 rebotes!
           Lo tomemos como un acto trascendente o un pasatiempo, le pongamos el nombre que queramos, todavía somos muchos los adultos que al ver una piedra plana y redondeada pensamos en sus posibilidades para rebotar sobre el agua hasta hundirse.

Publicado en El Comercio