miércoles, 27 de abril de 2011

DULCE PÉSAME

El joven Manrique había acudido al funeral obligado, en representación de la familia, por eso pronto las palabras del cura fueron ruido de fondo para sus ensoñaciones más caprichosas: un hombre vestido de negro era el villano lanzador de letales galletas blancas, un malvado de ojos saltones como el vampiro de Düsseldorf que se escondía bajo la inicial M y se atormentaba con la musiquilla pegadiza de sus propios silbidos. Se parecía a aquella película de Fritz Lang, pero ¿era sacerdote Peter Lorre? ¿Daba galletas a diestro y siniestro?
          Mientras el sacerdote oficiaba, llegaba una escena cumbre, cuando el miserable M, con la cabeza afeitada al estilo Doctor Maligno, decía: si hay algo que me gusta más que ser malvado es ser traidor...
          Manrique estaba entusiasmado con su teatro de la mente cuando todo acabó. Mientras algunos salían de la iglesia por los laterales en el pasillo central se había formado el discreto tumulto de los que se acercaban para dar el pésame a la familia más cercana. La figura central parecía ser aquel hombre mayor que no había podido afeitarse y hundía sus ojos azules al fondo de rasgos enrojecidos por la tensión del quebranto contenido. Manrique se sintió culpable por su frivolidad, su evasión infantil ante algo tan real como la pérdida de un ser querido, y cuando llegó ante el patriarca fue capaz de decir unas sentidas palabras de condolencia que acabaron por romper en llanto al dolido anciano sobre el hombro del joven en uno de esos momentos terribles de silencio expectante ahuecado por sollozos.
          Tras aquella escena el resto de los familiares dolidos abrazaron al tierno Manrique que, con tanta emoción, no recordaba las palabras con las que había intentado reconfortar al anciano.
          Al salir de la iglesia, aún conmocionado, cuando un viejo amigo de sus padres se acercó a él extrañado por su presencia, Manrique explicó que había venido al funeral de aquella mujer en representación de la familia, antaño buenos vecinos.
          Manrique, dijo el hombre, ese funeral fue a las 4.
          Pero Manrique ya no prestaba atención, nuevos héroes y villanos poblaban su escenario mental repartiendo galletas.

Publicado en El Comercio

miércoles, 20 de abril de 2011

SLALOM PARA UN RECIBO

En el fondo no somos más que animales en sociedad que necesitan organización, es decir, ganado. Sin entrar en temas de gran calado sobre las formas cada vez más elaboradas para dirigir nuestros gustos o necesidades, me referiré en exclusiva a una pura cuestión de orden.
Hace años, en la carnicería Pili, mi madre me enseñó aquella frase de rigor: ¿quién es la última? De aquella no había muchos hombres haciendo la compra y yo no presté mucha atención, me fascinaban más las conversaciones de las señoras sobre J.R. o Falconetti, malvados televisivos que, por el tono tan familiar y comprometido del personal parecían estar a la vuelta de la esquina tomando un vino, o tal vez cohabitando con alguna de aquellas compradoras de pechuga deshuesada.
El caso es que, sea por coincidencia de esos gustos o necesidades, al final muchos coincidimos en la misma ventanilla, y se hace necesario el orden, ponerse en la cola. Luego ya irá apareciendo nuestra natural picaresca para intentar colarnos. Como en la fila del colegio: ¿me cuelas y te cuelo?
El hilo musical, esas melodías hechas para no ser oídas, no es el único artefacto de control de multitudes. El primer método es dar números; hoy en día perfeccionado con ese sistema que añade también letras, ventanillas y  asuntos como variables que el habitante de la cola debe manejar antes de pulsar el botón y sacar el numerito.
Otra modalidad para tratarnos como a ganado son esas bandas de tela sujetas a pivotes que marcan un recorrido sinuoso, de tal forma que la ventanilla del banco puede estar a tres pasos pero para llegar hemos de hacer un recorrido de 30 metros en zigzag, slalom para un recibo.
Al final todo depende del tiempo y del humor, el que está sobrado de ambos puede pasarse el rato en la cola observando a este y aquella, haciendo conjeturas. Si la prisa le corroe y le altera la paciencia, hará un esfuerzo para quedarse en blanco, descubrirá que hay un hilo musical, o tal vez se deje llevar por la rabia y arme la de Dios, para descubrir cuántas puertas se pueden abrir a gritos, y de qué sitios.

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miércoles, 13 de abril de 2011

RELECTURA EN GLOBO


No hace mucho, en una de esas visitas inevitables de regreso al hogar materno y la oportuna fabada, me dio por curiosear entre las cintas musicales de mi primera adolescencia y descubrí entre ellas lo primero de Radio Futura (Música moderna) y aquella curiosa canción: “Cinco semanas en globo”. Recordé lo mucho que me había sorprendido este título en un disco por ser la novela de Julio Verne una de mis lecturas infantiles favoritas. La influencia de la literatura en las canciones de Santiago Auserón es algo que conocí posteriormente, luego seguí admirando su labor como recopilador de la música popular cubana cuando el gran Compay Segundo afirmaba irónico con su voz de bajo y puro asento cubano: ese muchacho está loco, quiere mezclar la música de allá con la de ahora; sonreía y le daba otra calada al sempiterno Montecristo Número 4 mientras yo me preguntaba cuándo es allá, qué es ahora.
En la sobremesa pusimos los hallazgos del desván como música de fondo a los juegos de los pequeños y —a punto de caer en la deshonra de la cabezada babacayente en el diván— fui capaz de prestar atención a la letra de la canción olvidada. Se me reveló algo insospechado cuando mis audiciones eran juveniles: cinco semanas en globo/ y sin ganas de volver/ oigo voces invisibles que cantan/ mientras los ojos me cambian de color. ¿De qué globo creen ustedes que hablan? ¿Del aeróstato del doctor Fergusson por los africanos parajes? ¿O del globo que se pillaron en busca de los paraísos artificiales?
Inocentes personajillos, también Lucy in the Sky with Diamonds fue una canción cándida, clamaban luego los Beatles, no se explicaban tanto revuelo porque casualmente coincidiera con las iniciales del ácido lisérgico (L.S.D.).
Eso es lo curioso de las relecturas. Tal vez encontremos un Borges aburrido, un Kerouac ajeno, un Galdós inconmensurable. Nuevos placeres o extrañas decepciones. Puede que alguien exclame: dios mío, ella me amaba, y empiece a creer en algo.
Todo lo conocido es incierto al regresar.
Salvo la fabada de la madre o el pote de la abuela, esa relectura siempre será gloriosa.

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jueves, 7 de abril de 2011

FIN DEL MUNDO


Un día caminas por ahí casi vacío y presencias la fragilidad del destino: ese barbudo que sale de una oficina mirando hacia adentro y la rizosa que camina por el pasillo con un frágil vaso de plástico que probablemente contenga café —pero no descartemos el lingotazo escocés de media mañana—, lo estás viendo, van a chocar; puedes incluso pensar que es evitable, tienes el grito en el fondo de los pulmones, la idea en los bordes de la lengua, no llegas a calibrar el tono de voz ni la nota que vas a emitir, no puedes llegar a decir nada. La catástrofe prevista se cumple ante tus ojos.
El líquido salta en el aire durante unos instantes pretendiendo evitar la ley de la gravedad, el gesto de sorpresa precede al de alejamiento imposible, mientras el café —al fin reconoces ese característico marrón oscuro— se deposita cándidamente sobre la mujer de boca abierta ante la mirada enajenada del trastabillante. Lo habías imaginado con toda certeza pero no has podido evitarlo. Palabras de disculpa sinceras, gentileza que tal vez se torne en rabia y odio después de tres lavados inútiles, palmaditas en la espalda y aquí no ha pasado nada.
La previsión fue certera, no era difícil, no te jugabas nada. Pero a veces son los sentimientos los que nublan el entendimiento: el deseo de gol nos hace verlo y cantarlo antes de que el balón se estrelle en el larguero que tiembla mientras retumba el estadio porque otros comparten tu opinión. Las rutinas y los prejuicios, árboles habituales ante la nariz que impiden descubrir si estamos en el bosque o se nos cae un tronco encima, acaban con el buen funcionamiento de la lógica.
También es cierto que a veces no está en nuestras manos, el destino, digo, pero ya que esta semana las líneas han optado por tornarse consultorio de autoayuda, ¿a ti qué te importa el destino mientras lo tuyo esté resuelto? Camina espectador por el pasillo y que el mundo reviente, seas indigente o estadista, la catástrofe es necesaria, la fragilidad, el detergente, por eso los lápices llevan una goma de borrar en el cogote, occipucio o colodrillo. ¡Grrrrtfx!, que diría Ibáñez.

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