miércoles, 31 de agosto de 2011

CELÉBRATE


Contemplo los rostros extenuados ante las velas mientras espero viejas palabras, frases completas que siguen brillando cada año como el mejor vino o ese vinagre oloroso que adereza las ensaladas sentimentales. Esta perspectiva incongruente de una cena ostentosa en el lugar más común que podamos conocer no necesita novedades; los mejores cristales, la loza de las ocasiones especiales, manjares de oferta o la casa por la ventana, al fin y al cabo hoy es el día, qué demonios. Al entonar viejas anécdotas surge un paraíso tan inaccesible como deseable, otra vida, tal vez anterior, que sólo existe como una malformación entre lo ya visto y lo que quisimos ver. Un lujo efímero dispuesto como artificio para suspender el horror. Luego seguiremos corriendo, comiendo y durmiendo, entre las pérdidas y las llegadas, mientras el traidor invisible devora los talones de todos nosotros, vencidos Aquiles, frente a las manecillas desiguales de ese artefacto que inventamos para marcar su ritmo frenético, pausado, intocable, aburrido de soltar campanadas partido de risa mientras pasa su caricia una y otra vez hasta marcar la arruga susurrante, cortar la carne y quebrar las entrañas sin mediar palabra, hacernos polvo sin sudar siquiera.
Fuera, la oscuridad ha redondeado las esquinas, confundiendo los colores, los bancos, los árboles, los perros, los gritos de niños en el parque, la decisión tomada, los ojos verdes, la ira del menospreciado, las manos en los bolsillos con los dedos cruzados, el olor de las gomas de borrar. La oscuridad cae fundiendo bajo su delicado derrumbe los rasgos más bellos, el gesto fiero, el sonido deslizante de la radio de un coche sin luces todavía, hasta que el amable peatón haga su gesto de foco con la mano y el conductor agradecido conecte los faros. Nuestras pequeñas fuentes de luz postiza se rebelan por momentos como manchas de parásito en este reino natural.
Y en el bloque negro donde se funden por igual paredes, marcos, hormigas, plantas y cornisas verás a través de la ventana la luz de casa, donde somos felices a pesar del tiempo.

Publicado en El Comercio

viernes, 12 de agosto de 2011

OTROS CARVER


Hace unos años un compañero de copas quería que saliéramos fuera del bar a darnos de puñetazos porque no había hablado con suficiente respeto y admiración de Salinger, o de Bukowski, no lo recuerdo muy bien. Lo curioso es que esa situación podría haber sucedido cambiando los papeles unos años antes.
También discutíamos alegremente sobre Carver. En cierta ocasión propuse que la traducción de aquel famoso título debería ser De lo que hablamos cuando hablamos del amor, y mis amigas demostraron que tenían uñas felinas no sólo para recibir laca roja una tarde de domingo. Incluso, y esto lo digo en voz baja teniendo en cuenta que en las cercanías se halla un gran traductor de Carver como es Jaime Priede, he de confesar que llegué a traducir un poema titulado No sabéis lo qué es el amor. Una noche con Charles Bukowski. para una revista universitaria.
Ya hace años que el editor desde sus inicios, Gordon Lish, y la viuda de Raymond Carver, Tess Gallagher, afirman ser parte de la autoría de esos relatos que han tenido tanta influencia en cualquier escritor practicante de la narrativa breve desde el último cuarto del siglo XX. Recientemente Lish ha vuelto a añadir unos leños al fuego.
Al final lo importante es la obra que llega a las manos del lector, cada libro. Tal vez el estilo lo es todo, como afirmaba Borges, pero ese todo puede resultar válido para una obra, si me gusta, y no sé si en la siguiente eso servirá. Como lector me han de ganar libro a libro. Tal vez aquellos relatos que leí no eran de Raymond Carver, sino del tándem Carver-Lish-Gallagher, eso me da igual, la maestría de las narraciones me parece indudable ahora mismo. Aunque hace mucho que no releo esos libros —o los Nueve cuentos del maestro Salinger (descanse el ermitaño guardián), o al propio Borges—, como decía Bioy Casares: el recuerdo que deja un libro a veces es más importante que el libro en sí.
Tal vez la relectura me defraude pero, en mi memoria, pocos libros hay que me hayan gustado tanto como aquella colección de cuentos (de título mal traducido): De qué hablamos cuando hablamos de amor.

Publicado en El Comercio