miércoles, 28 de diciembre de 2011

ARTISTAS



Mamá, quiero ser artista.
Pues claro, hija. Lo que tú quieras. Y fíjate, no me parece tan importante que hayas tomado esa decisión como el hecho de que al fin lo hayas hecho. La incertidumbre es lo peor para un cerebro inquieto como el tuyo. Y ahora dime por qué.
      Porque tengo los ojos abiertos, no estoy ciega, y mire donde mire no hago más que ver mediocridad, clichés repetidos una y otra vez, siempre los mismos con las mismas cosas, carentes ya no digo de genio, que de eso ya no queda nada, es que no hay un mínimo de talento creador, alternativo de verdad, resulta todo tan vulgar y aburrido que apetece dar lecciones, ponerlos a todos en su sitio, que es la masa, porque es lógico que los artistas quieran destacar, al fin y al cabo también yo necesito distinguirme entre los demás, diferenciarme para reconocerme, y que me reconozcan, porque es que no tienen ni idea, y yo tengo algo especial y lo voy a demostrar. Van a saber quién soy yo.
     Pues claro, hija. Y dime, ¿en qué campo vas a revolucionar el mundo de las artes? ¿Extraerás de enormes bloques de mármol caballos rampantes que ya estaban dentro, tan sólo apartando con escoplo y cincel la materia sobrante? ¿Vibrarán tus cuerdas vocales en los mejores teatros de Europa a mayor gloria de Verdi y Puccini? ¿O serán pinceles, brochas y carboncillos los que acompañarán tus trazos diestros sobre lienzos y otras superficies blancas? ¿Abstracta o figurativa? ¿O no será la pintura en tu caso? ¿La gran novela del siglo XXI está esperando para salir de las teclas de tu Olivetti? ¿La poesía? ¿El drama? ¿La interpretación, tal vez? ¿Seguirás el método Stanislavski o tendrá más expresividad un sólo movimiento de tus cejas que toda la gama de inflexiones verbales de Laurence Olivier? Ah, no, ya sé, la danza, ¿verdad?
     Pero qué dices de Puccini, ni Stanislavski, ni cincel abstracto... Mamá, que yo quiero ser artista, salir en la tele y ser famosa.
      Pues claro, hija.
      ¿Y quién es ese Olivetti?
      Pues claro, hija.

Publicado en El Comercio

miércoles, 21 de diciembre de 2011

ARTE DE COCINA


Me contaba una cocinera cómo había ido su cursillo de cocina para hombres. En la primera lección, preparando tortilla de patata, fue explicando paso a paso los distintos procesos: pelar y picar, poner aceite en la sartén, batir huevos, etc. Todo parecía controlado hasta que, llegados al momento en que las patatas estaban friéndose, dijo que se apartaban del fuego y se escurrían “cuando estén hechas”.
       Ya empezamos, dijo uno de los aprendices. A mí no me digas “cuando ya estén”, háblame de algo concreto: cuántos minutos, qué nivel de fuego, cuántos mililitros... Si tengo que saber cuándo están ya hechas las patatas ¿para qué vengo aquí?
        La mayoría de los participantes estaban de acuerdo con aquella apreciación, pero la cocinera también tenía una respuesta preparada.
        El problema es que hay distintas clases de patata, pueden estar picadas en diferentes tamaños, en recipientes variados y con diversidad de mandos de cocina, lo que intentamos es hacer una muestra que pueda servir para casi cualquier situación. Una comparación: cuando vas conduciendo el coche en segunda y puedes oír el motor muy revolucionado, seguro que puedes afirmar, por el sonido, que el coche “pide cambiar a tercera”, ¿verdad? Pues yo puedo reconocer por el sonido crepitante del aceite cuándo están hechas las patatas.
        Desde luego el cursillo debió ser de lo más jugoso, aunque lo interesante de esta anécdota es el debate de fondo: ¿la cocina es un arte o una ciencia?
        En su Arte de cocina, pastelería, vizcochería y conservería, publicado en 1611, el Cocinero Real Francisco Martínez Montiño se esmeró en definir con precisión de científico no sólo sus recetas (para las que a veces toma como medida objetos de uso cotidiano, véanse las tortillas de borrajas “cada una del tamaño de un as de oros”), sino también normas de protocolo en los banquetes, forma de administrar una cocina, selección de personal, etc. Quedan joyas como esa recomendación al elegir oficiales de cocina: que presuman de galanes, que con eso andarán limpios y lo serán en su oficio.
        ¿Oficio, arte o ciencia?

Publicado en El Comercio

miércoles, 14 de diciembre de 2011

SOMOS DOS


Lo vi por primera vez hace unos años, un hombre todo de negro con capa, bastón y sombrero de copa. Estaba a punto de llamar la atención de mis compañeros de terraza veraniega sobre aquel curioso viandante cuando el hombre se volvió para mirarme. No tuve más remedio que seguir tomando el aperitivo sin decir nada de aquella aparición.
        Ese mismo verano, a media tarde en la playa de San Lorenzo, fuimos a uno de los puestos de helados que hay en el paseo. Justo al lado estaba un tipo con su gabardina a lo Bogart y el sombrero entornado tapándole los ojos, fumaba y mostraba cierta mueca de sorna mientras nos observaba elegir entre tanto cono, polo, corte y tarrina. De lejos pensé que podía ser un hombre anuncio de la Semana Negra, pero hacía ya casi un mes que había pasado, y al acercarme pude ver sus rasgos con claridad. Otra vez. No podía ser. Aquella gabardina con el calor que hacía, y la cara...
        Oye, le dije a un niño, ¿si tú fueras ese señor de la gabardina qué helado pedirías?
        ¿Qué señor de gabardina? Yo quiero un Batiscafo de fresa.
        Ese que tiene sombrero y está fumando, ¿no lo ves?
        El niño miró otra vez donde le señalaba, luego me dijo: has estado demasiado tiempo al sol, tú sí que necesitas un sombrero, quiero un Batiscafo de fresa.
        Mientras los gritos de los niños se alejaban camino de las toallas me acerqué a él, sabiendo por primera vez que sólo yo podía verle, y conocía perfectamente sus rasgos: eran los míos.
        En la literatura, Don Quijote y Sancho abrieron un camino que siguieron entre otros Holmes y Watson, pero sobre todo, a la hora de mostrar esa dualidad humana, depurando los rasgos hasta polarizarlos en dos individuos diferentes, tenemos que hablar de Jekyll y Hyde: un solo hombre dividido en partes opuestas.
        ¿Estaba ante mi sombra, como en el oscuro cuento del más sombrío Andersen? ¿Era mi Doppelgänger, un fantasmagórico otro yo? ¿Quién era yo y ello? Porque esa era la primera duda: ¿era el virtuoso Jekyll o el infame Hyde el que me miraba socarrón?
        Esto fue hace tiempo. Ahora, tras años de costumbre, ya casi no hay hueco para la duda.

Publicado en El Comercio

miércoles, 7 de diciembre de 2011

VENTANA CIEGA


Los ruidos de la bolera suben hasta esta ventana ciega, primero se oyen los golpes de la bola contra los palos y poco después la voz metálica de la megafonía que anuncia la puntuación. Lo interesante, claro está, es imaginar ese momento previo en que la bola ha sido lanzada y surca el aire con precisa parábola y vuelo en espiral, porque ese gesto sin sonido no llega de fuera, hay que sacarlo de dentro, visualizarlo como imagen sensorial. A veces, tras todas estas tardes disfrutando de ese campeonato de oídas, he conseguido ver con toda nitidez el lanzamiento, de forma que el impacto sonoro coincidía exactamente con el momento en que mi bola mental chocaba contra el bolo y resonaba seca la madera, la de verdad, diez pisos más abajo. Sí, algunas veces han coincidido ensueño y materia.
        Tampoco soy capaz de entender con claridad las voces que resuenan a través de la megafonía. Supongo que dirá tres, siete, lanza Paco... cosas así. Pero a veces son frases más largas. Tal vez no diga cuatro, sino charco, o parco. Pies, o fe, y no tres. En lugar de decir cuatro, treinta y nueve a cuarenta y cuatro, farfullará algo como palpo en sendas nieves alto pelagatos. Es posible que sea un rapsoda improvisando o una especie de humorista evidentemente incomprendido, porque desde luego no parece que el público aplauda su ingenio. Imagino que soy su único espectador en ese sentido, los que están ahí abajo -donde yo no puedo ver- sólo le entienden números, cifras, datos precisos, pero como aquí llega todo de una forma tan imprecisa tengo que rellenarlo de alguna manera, y creo que la opción de un aventurero de la palabra ante esa actividad con reglas muy delimitadas como es un deporte, es mucho más vibrante y ensordecedora para mi cabeza demasiado hueca a estas alturas, demasiado expuesta a rellenarse de sonidos aún más extraños y peligrosos que los llegados de fuera, raros, imprecisos, tergiversados, pero externos al menos, que no es poco.
        No son más que ejercicios de bisagras para pequeñas puertas de la percepción, como diría un William Blake ferretero. Qué puedes ver por una ventana ciega.

Publicado en El Comercio