miércoles, 24 de octubre de 2012

GOLES FUERA


Casi todas las obras geniales de la literatura sonaron como un gol fuera de casa: un triunfo personal decepcionante para la inmensa mayoría del público. Lo bueno del gol es que tiene una validez irrefutable, es un hecho claramente definido, mientras que una manifestación artística necesita de unos reconocimientos externos mucho más difíciles de concretar. ¿Quiénes realizarían la función de la portería, la línea blanca y los árbitros? ¿Acaso debemos pensar que el juicio de un crítico literario es tan sólido y fiable como los palos y el larguero? ¿que la rectitud de sus renglones es tan honesta como la línea de cal sobre la hierba? ¿O acaso ese trabajo de examen coincidiría más con el de los árbitros, y los elementos materiales estarían representados por las editoriales? ¿La red contra la que se estrella el balón no es otra cosa que las librerías? Resulta difícil establecer las equivalencias exactas porque la industria del libro es mucho más compleja.
         A pesar de que intento entrar en las librerías con orejeras -para no caer en la tentación de este vicio lector-, siempre acabo echando una ojeada aquí y allá, leyendo las solapas o contraportadas de los libros y seguro de estar perdiendo la gran oportunidad de mi vida si no compro la obra que tengo entre manos. Leemos expresiones como: la gran novela del siglo XXI, la voz más auténtica, el autor imprescindible, nadie como ella ha sido capaz..., nada de medias tintas, de obra maestra para arriba. Lo cierto es que no tiene nada de extraño que las editoriales intenten hacer atractivo para el público el producto que sostiene su economía -junto con la de libreros, escritores, correctores, diseñadores, traductores, distribuidores, etc- y todos sabemos que el lector empedernido no juzga el libro mirando la cubierta, ni tampoco leyendo un suplemento literario que no forme parte de su fe. Ese leyente recalcitrante sabe que el genio también se vende, no digamos el talento, se fía tan sólo de otros semejantes, y no todos,  sólo los de gustos compartidos o fiables, los que van con el equipo en los desplazamientos.


Publicado en El Comercio

miércoles, 17 de octubre de 2012

CLUB DIVERSO


¿Qué puede unir a un bibliotecario, un médico, un banquero, una modelo, un jardinero, una profesora, un pintor, una carpintera, un actor de cine porno, una eurodiputada, un dibujante, una camarera, un marino, un electricista y una poeta?
        Pues no es un chiste. Aunque se me ocurren unos cuantos argumentos habituales. Como que todos se presentan ante Dios -o un genio de la lámpara o un multimillonario, cualquier ente todopoderoso sirve para el caso- y piden su deseo, luego llega el último de la fila y su petición da la vuelta a los de todos los demás. O un barco que se hunde -avión que pierde altura, globo que se deshincha, etc- y hay que decidir quién salta al vacío y quién se salva. Cualquier situación podría ser posible con un grupo tan variopinto.
        Pero no se trata de hacer un chiste o un sondeo de opiniones variadas, lo que une a todas estas personas es un club de lectura.
         Y ahí está el animador (o animadora), frente a este grupo humano diverso y fascinador, imaginándose los debates, los descubrimientos tan inesperados para unos u otros, las coincidencias o diferencias que el bagaje personal de cada uno provocará en la interpretación de los textos.
        El primer escollo para ese responsable de la animación del grupo es proporcionar lecturas, seleccionar los libros adecuados. Probablemente esto ya lo haya hecho antes de encontrarse con los integrantes, o venga impuesto, pero ¿qué pasará? ¿cómo lo aceptarán? Se han ofrecido como lectores, por lo tanto debemos pensar que leen de forma habitual, y uno de los problemas de los que tenemos el vicio de leer es que solemos acabar llenos de prejuicios, favoritismos, intransigencias, autores glorificados y condenados, es decir, que tenemos unas preferencias y buscamos libros que se amolden a ellas. Sin embargo, es habitual que los clubes de lectura estén formados por personas con gustos muy dispares pero con una amplia capacidad para el disfrute. Ese placer compartido unirá a personas de origen y condición muy diferentes en un enriquecimiento mutuo con magníficos momentos de debate. Entusiásmase el animador. 

Publicado en El Comercio

miércoles, 10 de octubre de 2012

DEMOCRACIA 1984

No es el ciudadano medio el que debe ser vigilado en todas sus acciones —para controlar los desmanes están las fuerzas del orden—, son las personas que gestionan los intereses de todos los ciudadanos, los cargos políticos, los que no deben tener intimidad. Para eso han sido elegidos por el público.
La percepción del mundo de Eric Arthur Blair (más conocido como George Orwell) cuando escribió su novela 1984 no fue del todo certera en sus previsiones, sin embargo la sátira que basaba una perspectiva del futuro en el triunfo de regímenes totalitarios dio para una de las obras fundamentales de la ficción distópica. Los que sin duda no se equivocaron son aquellos que usaron parte de las ideas de la obra de Orwell para un programa televisivo de tremendo éxito: Gran Hermano. La televisión ha demostrado una vez más que la ficción más alucinante puede ser una realidad.
Hasta ahora, la idea de un ojo que todo lo ve aplicada a la orwelliana sociedad actual ha dado para rellenar horas y horas de emisiones televisivas, siguiendo las evoluciones de seres humanos seleccionados para dar el cante, peleándose por comida o tabaco o sexo, elevando la idiocia o el analfabetismo a pedestales nunca vistos. Pero, ¿por qué quedarse en ese uso lúdico ante un arma tan potente? La gestión transparente de los políticos es posible.
Ahora que algunos se sienten ofendidos y reclaman su presunción de inocencia, y empiezan a quejarse de que no se puede meter a todos en el mismo saco, es el momento de un gran hermano de los dirigentes, seguidos por las cámaras a todas horas. Técnicamente la posibilidad está ahí. Todas sus conversaciones, gestiones, movimientos, cambios de chaqueta y pantalón, chateos (virtuales y con vaso), “edredonings” o empujones para coger la mejor tajada... 24 horas al día en su canal favorito: Teledemocracia, la transparencia al poder.
Sí, claro el derecho a la intimidad, me dirán. Tal vez en el baño, y poco más. Todo ello gestionado por decreto. Es muy sencillo, si no está dispuesto a someterse a este seguimiento en todo momento no entre en política, oiga. 

Publicado en El Comercio 

miércoles, 3 de octubre de 2012

CARRETERA ALTERNATIVA


Llovía a cántaros y quedaban por delante muchas horas de carretera en una de esas noches terribles a bordo del coche. Iba oyendo el partido por la radio. Tal vez los pitidos habían sonado un par de veces antes, pero estaba tan metido en la competición, con ganas de marcar y darle la vuelta al partido, que no me había enterado. Pero en algún momento mi atención se vio demasiado atacada por esa realidad más cercana, en forma de chirrido inquietante, y la imagen del campo verde y los jugadores se perdió al fondo del teatro de la mente para que mis ojos descubriesen la luz parpadeante que indicaba la alarmante situación del depósito de combustible, casi vacío.
            Con la llegada del pánico se fue la señal de radio.
            Tras unos minutos interminables de angustiosa conducción entre pitidos y luces de advertencia, divisé una señal de gasolinera. Tomé la desviación, pero no se trataba de un área de servicio, había que seguir conduciendo por una carretera local. ¿A cuántos momentos puede situarse una gasolinera de la autopista para estar indicada?
            Al fin, allí estaba, a las afueras de un pueblo. Y un señor mayor con el anorak más gordo que he visto en mi vida se acercó frotándose las manos bajo vaporosos soplos de aliento. Bajé la ventanilla.
            Lleno por favor. ¿Puedo pagar con tarjeta?
            ¡Diploma! ¡Una tarjeta!, gritó hacia la tienda mientras se acercaba al surtidor.
            Pasada la sensación de angustia, llegó la consciencia del hambre. Pedí algo.
            ¡Diploma! ¡Gusanitos y patatas!
            Al poco llegó un joven veinteañero que se llevó mi tarjeta y dejó los tentempiés.
            Tenía ganas de llegar a una zona donde se oyera la radio. Acabé advirtiendo al hombre de que llevaba un poco de prisa.
            ¡Diploma! ¡Que es para hoy!, volvió a gritar.
            Oiga, qué nombre tan curioso el de su compañero.
            No es un nombre, ni es un compañero, es un nieto. Es que mandé a mi hija a estudiar corte y confección a Madrid y me vino con este diploma.
            Tardé muchos kilómetros en volver a pensar que teníamos un partido en juego. Hay que ver cuánto puede uno perderse si nunca se sale del camino recto.

Publicado en El Comercio