miércoles, 27 de marzo de 2013

PAPELES VIRTUALES

No debemos perder los papeles. Y no me refiero a dejar de comportarnos con respeto a los demás porque estoy seguro de que pronto nos veremos en las barricadas. Las hojas de papel que consignan lo que cada uno haya sido capaz de conseguir en su vida –sea por trabajo, maternidad, deuda, compra, estancia o contrato diverso–, esa letra escrita es ley. Y, si no tiene el prudencial sentido común de guardar los papeles, pronto comprobará las limitaciones del sistema informático. Porque aquí en la pantalla –la ventana al nuevo mundo cada vez más virtual– la diferencia entre ser o no ser es cuestión de segundos, y la cara de idiota que se nos queda cuando todo ese artefacto elaborado desaparece, es sólo un gesto introductorio al momento verdaderamente dramático: la asunción de la pérdida; seguido de una segunda imbecilidad, mucho más consciente por no haber tenido la precaución de hacer copias; y un catártico momento final en el que los retumbantes cabezazos contra la pared se mezclan con llanto, aullidos y una marcha fúnebre y burlona al mismo tiempo.
        El mundo virtual también permite sustituir telefonistas por gestores telemáticos sin solapas a las que agarrar cuando los tratos se tuercen. Y, no nos engañemos, tampoco nosotros somos inocentes. La venta de las mejores cámaras digitales en las grandes superficies comerciales despuntaba en mayo al calor de bodas y comuniones. A la semana siguiente eran devueltas sin necesidad de explicación, mientras el tique estuviera presente. Si al gran comerciante no le importaba, por qué no aprovechar la oportunidad.
         Que el Lazarillo sea el inconsciente libro de cabecera de cualquier ciudadano no es más que una confirmación de la naturaleza humana. Lo preocupante es que el propio estado, ese gran progenitor que a todos da las buenas noches, actúe de manera semejante y busque la forma de sacar la mejor tajada de cada uno de nosotros para perpetuar unas formas de gestión que no parecen beneficiar de la misma manera a todos. Pero es difícil afrontar la realidad, con lo eficaz y bonito que aparece todo en la pantalla.

Publicado en El Comercio

miércoles, 20 de marzo de 2013

QUIÉN TIENE EL MANDO


La elección es un maravilloso ejercicio para la mente humana, activa ese músculo que no siempre está bien desarrollado: la decisión. Ambos procesos deben estar razonablemente compensados –si usted ha elegido ser faraón de Europa y su decisión es imparable probablemente el sentimiento de fracaso acabe dando con sus huesos en el sistema público de salud–. El más claro ejemplo de elección de nuestro tiempo es el mando a distancia.
        ¿Deberíamos poner el grito en el cielo al entrar en el quiosco y comprobar que venden indistintamente prensa del corazón o deportiva, pornografía o literatura? No lo hacemos, elegimos lo que queremos leer, lo adquirimos y nos vamos. Con el mando sólo tenemos que tocar un botón para seleccionar. Si un porcentaje de la población muy alto decide ver algo que consideramos indecente nos da a entender la condición humana y lo que puede crear la educación de las nuevas generaciones.
        Recuerdo lo chocante que resultaba hace unos años Jose María Carrascal cuando en el noticiario avisaba de que el comentario emitido a continuación era su opinión. Quién iba a pensar entonces que ese podría ser un modelo de honestidad para otros gestores de información con la misma ideología pero que se afirmaban objetivos. Así son las cosas y así se las hemos contado, decía uno con ínfulas; otros no mencionaban noticias que aparecían en todos los medios, o no incluían en los titulares lo que era un clamor popular; otro, bochornoso, afirmaba que la multitud aplaudía la llegada de un cargo público mientras se escuchaban claramente los silbidos en la retransmisión...
        Cantaba Santiago Asuserón en los ochenta, siempre dispuesto a la visión de futuro: Tal vez debiéramos permanecer algo más fríos / frente a la televisión / porque temo que del otro lado /nos pueden ver. Y ahora que podemos contrastar casi todo por internet no está mal que siga habiendo periodistas posicionados, que se definan como no paniaguados, que nos hagan contrastar la decisión: a quién queremos botar y qué pasa si votamos al contrario. Luego tal vez tomemos la decisión de pulsar el botón.

Publicado en El Comercio

miércoles, 13 de marzo de 2013

PEREGRINOS EN LA FRONTERA


Antes de empezar a conseguir el perdón por todos sus pecados a través de la penitencia del camino, los peregrinos que habían elegido Roncesvalles para comenzar la ruta decidieron que era necesaria una visita a Francia. Embarcados en una empresa que había supuesto renuncias personales y profesionales de gran calado para disponer del bien más preciado –el tiempo–, la visita al territorio francés podría considerarse una minucia, un incordio a juicio de algunos compañeros caminantes, pero un trámite imprescindible para estos dos peregrinos que decidieron que los elementos no impedirían sus necesidades.
Partieron rodeados de bromas o gestos disconformes, adentrándose en una noche terrible de viento y aguacero que pronto se convirtió en la niebla más profunda que hubieran conocido. Pronto descubrieron que el camino elegido no era el adecuado, que no había carteles señalizadores ni indicación alguna de lugares de destino o pueblos cercanos. Su fe tuvo al fin una señal del cielo.
Sonaron los cuatro pitidos con silencio intermedio para indicar que había un nuevo mensaje en el móvil. La compañía telefónica benefactora avisaba al peregrino de la posibilidad de usar una maravillosa tarifa internacional. La sabia deducción era evidente: ya no estaban en España.
Salieron del coche e hicieron sus necesidades mientras gritaban todo lo que les había llevado hasta allí: ¡toma público de Roland Garros!¡toma Villeneuve!¡esto por la Eurocopa del 84! ¡para ti, Napoleón!...
De vuelta al coche, muertos de risa por su travesura, extravagancia a su edad, se pusieron a revisar la figura de Napoleón, ese engendro tan malvadamente descrito por los británicos que han impuesto su criterio histórico por ser cultura dominante desde hace un par de siglos. La manipulación del saber les llevó a la revisión de una cita de Geoffrey Chaucer. ¿Qué hay mejor que la sabiduría? La mujer. ¿Y qué hay mejor que una buena mujer? Nada. Concluyeron que se hacía necesario ir a deponer a la Gran Bretaña, siguiendo los pasos establecidos por Chaucer para hacer la peregrinación a Canterbury.

Publicado en El Comercio

miércoles, 6 de marzo de 2013

PATRIA



Está bien que uno recuerde cuál es su verdadera patria, dónde estaría siempre dispuesto a volver para sentirse en casa y sólo dar las explicaciones necesarias para seguir hojeando el periódico. Lo dijo Bogart en una película, pero somos millones los que sentimos este lugar por nuestro: los bares.
El bar de la esquina puede ser el lugar de perdición de cualquier ser humano, como podría ser el supermercado, el gimnasio o la búsqueda del remedio contra el cáncer. Esta puede parecer una explicación superflua, pero hay quien está seguro de que ir al bar es malo, y empezar a definir el bien y el mal es algo que se escapa a las pretensiones de este breve texto. Puede convertirse en un lugar terrible si lo que está disponible para todos se ha convertido en algo imprescindible para vivir –a los ojos del acodado en la barra–  y lo que debería ser entretenimiento se convierte en necesidad. Pero también puede ser el lugar en el que las frustraciones profesionales se conviertan en éxito personal. O el entorno de tertulias del AMPA, donde madres de alumnos remueven el veneno lento que decía Voltaire mientras maquinan, con mirada torva y gestos de gánster, las próximas actividades extraescolares, salpimentando el crimen programado con chistes no aptos para niños. O el rincón de intimidad de quien necesita un poco de espacio propio cuando el hogar está lleno por todas partes de presencias que no le dejan coger aire. Tampoco hay mejor lugar para compartir glorias o derrotas deportivas. Y por supuesto es un lugar de encuentro para el amor, la discrepancia, el altercado intelectual y las confidencias.
Convertir un negocio de compraventa en un hogar cercano, hasta el punto de sentirnos como en casa —o el lugar necesario para el que precisamente no quiere sentirse como en casa— depende en la mayor medida de la persona que está tras la barra. Ser el jefe de estado y ministro de todo en ese país tras la barra otorga los títulos de nobleza más sinceros que pueda dar la parroquia. La consistencia económica del premio será lo que más importe, pero la parte emocional también existe.

Publicado en El Comercio