lunes, 29 de abril de 2013

BIBLIÓFAGOS


De noche, las sombras cubren con ángulos siniestros la fachada del edificio. Las salas que reciben a diario la visita de cientos de personas están ahora vacías, silenciosas en la oscuridad; en los pasillos y escaleras las formas se confunden desatando la imaginación y el miedo. Se oye un ruido. Parecen voces. Risas. Vienen de arriba. Hay alguien al final de la escalera, tras una puerta cerrada. La rendija de luz en el suelo tiene vida propia, cambia de forma cada vez que refleja los movimientos de los seres reunidos al otro lado: los bibliófagos.
       Si es usted afortunado poseedor de algún ejemplar del libro Las confesiones de un bibliófago, de Jorge Ordaz, procure almacenarlo con delicadeza puesto que su valor está en alza. Son muchos los libros descatalogados, como este, pero sólo en casos excepcionales, por alguna extraña razón, desatan las pasiones de los coleccionistas y su valor se multiplica en el mercado. Tal vez secretos clubes de devoradores de libros se reúnan en torno a unos buenos lomos, guardas, portadas y cejillas bien condimentadas, bajo el auspicio de ese curioso ejemplar a modo de Biblia.
     El club puede tener intereses menos estrambóticos, pero igualmente placenteros, como la lectura compartida de libros destacados. Con La Perla del Oriente (finalista del Premio Nadal 1993) comenzó Jorge Ordaz su trilogía filipina, que continuó con Perdido edén (en 1998) y la más reciente El fuego y las cenizas (2011). Estas narraciones aventureras de estilo clásico, protagonizadas por José Alfonso Ximénez de Gardoqui, Javier Villaamil o Claudio Castellá, se sostienen en un gran trabajo de documentación que nos permite descubrir una realidad histórica aparentemente condenada al olvido: la presencia española en el Pacífico.
      Profesor en la Facultad de Geología de Oviedo hasta el curso pasado, traductor ocasional de poesía, Ordaz – sabio, ameno, ilustre dijo alguien– mantiene un blog de visita obligada: Obiter dicta. Lo que no puede imaginar es que, al final de este encuentro con lectores, el ingrediente principal del banquete no serán los libros, sino su autor.

Publlicado en El Comercio

sábado, 27 de abril de 2013

TIEMPO SIN PERDER


El único tesoro es el tiempo. Y es algo que no deja de pasar, por eso renuncio a lo que sea con tal de estar con mis hijos y poder pasar el tiempo con ellos. Llegará el momento en que rechacen esa cercanía paterna y exijan sus ritmos de vida, como es natural, por eso valoro tanto estos días, cada mañana, cada lectura antes de dormir. El problema es que para disfrutar de esas riquezas hay que dedicar gran parte de nuestros días a funcionar en el sistema.
Mi padre no tenía llave de casa, no la necesitaba, mi madre siempre estaba allí para abrirle la puerta cuando volvía del trabajo. Hoy en día que uno de los progenitores no trabaje es un lujo que siempre da lugar a malentendidos. La sociedad bienpensante exige que la mujer se incorpore al mundo laboral y la sociedad de siempre no concibe a un amo de casa salvo excusas temporales. Las múltiples situaciones de pareja con niño que se producen en la sociedad actual no son el objetivo de este breve texto, sería imposible hacer mención de toda la casuística. El planteamiento intenta ser amplio, pero acaba ciñéndose a lo más habitual.
No haber nacido nunca puede ser el mayor de los favores, dijo Sófocles. Esa es sin duda una solución que cualquier padre o madre firmaría en un momento determinado (salvo esos exhibicionistas envidiables que afirman que su bebé siempre durmió nosecuántas horas seguidas desde que nació). En realidad podemos sentirnos magníficos padres, benévolos y juiciosos al borde de la tortura, grandes patriarcas de lo que sin duda habrá de acontecer, capaces —tal vez— de llevar a cabo esa labor imprescindible… Salvo cuando hablas con los que tienen hijos mayores y te llenan de miedo.
Cuando al fin los futuros duermen, y pretendemos disfrutar de un tiempo propio, desconectamos viendo la tele. Tras una primera etapa de rechazo, he de reconocer que hay series de gran calidad. En una de ellas tenía
lugar este diálogo entre ricachones de Atlantic City en los años veinte del siglo pasado:
¿De veras te gusta jugar al golf?, decía un magnate.
Me gusta disponer del tiempo para jugarlo, decía otro.

Publicado en El Comercio

jueves, 25 de abril de 2013

GOTERAS


Me levanto un lunes cualquiera dispuesto a resolver el mundo y antes de darme cuenta de que dormir es el mejor estado posible empiezan a pasar cosas extrañas. He dejado a los retoños en el colegio y vuelvo a casa para trabajar un poco en el redil personal sin ruidos ajenos; al coger un libro encuentro agua sobre la portada, una gotera justo sobre la estantería de libros revisables.
     Soy seguidor del principio Enterría: no guardo libros que estén en bibliotecas públicas; pero no puedo evitar el coleccionismo, porque algunas lecturas necesitan relecturas, consulta y apropiación necesaria del objeto de arte editado. El pequeño muestrario de esta habitación en la que escribo es para mí un tesoro sentimental, pero seguro que lo recuperaré en las librerías si lo pierdo. Al menos eso pienso cuando levanto los libros engordados por el agua.
La forma en que el acuático maligno ha llegado al papel también da qué pensar a mi mañana de lunes. El primer afectado, el más recientemente apilado a esta montaña del estante es Paracaidistas, de Chus Fernández. Novela imprescindible, la mejor del año sin duda. Debajo está Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas, un ya clásico que podemos encontrar por ahí. En el último nivel, antes de los verticales selectos, está La senda de perdedor, de Bukowski, probablemente su mejor novela.
Aún me pregunto si esta afección del agua a mis lecturas y los estratos corrompidos dan a entender mis afectos literarios, cuando mi mujer llama para explicar por qué nuestro hijo pequeño lleva un mes con dolor de oídos: no era un virus, tenía una pieza de plástico introducida en el oído; el otorrinolaringólogo se la ha extraído, pero para ello han tenido que inmovilizar al pequeño con la participación de la madre como estructura de anclaje, sujetando al pequeño manoteador con tal decisión que se ha causado una contractura en la espalda.
Mientras contemplo la gotera y los estragos que aún no he descubierto, un taxi traerá a casa a mi mujer con la espalda torcida y a mi hijo pequeño agotado ante la tortura. Vaya lunes oiga.

Publicado en El Comercio

martes, 23 de abril de 2013

AMISTAD Y PAPIROFLEXIA

Soy el mejor constructor de aviones de papel que conozco. Me llena de orgullo y satisfacción ser el rey en estos menesteres cuando hay reunión de niños alrededor y hago un avión tras otro esperando que llegue alguien con mejor técnica y aún más paciencia que yo —sepan que eso es difícil— para dar gusto a los chavales, mientras disfruto, eso sí, de la forma en que los lanzan, los miran volar y corren a buscarlos. Y cuando les veo echar el aliento a la punta del avión antes de lanzarlo me pregunto si es un gesto universal o algo que sus padres les han enseñado.
Este conocimiento aeronáutico se lo debo a un amigo olvidado. Lo curioso es que también le debo el descubrimiento de una forma de cortar relaciones que para mí fue novedad. Recuerdo el día –tendríamos 8 ó 9 años– en que puso ante mi cara los dedos índices de sus manos, unidos por las yemas y me exigió cortar. Corta, decía. Qué. Que pases la mano entre los dedos para cortar. Lo hice. Y el otro se fue corriendo. Luego me enteré de que ese tajo significaba el final de la amistad. Pero no fue así, seguimos teniendo buen trato, de hecho me enseñó a hacer esos magníficos aviones. Aunque tal vez eso fue antes del famoso corte.
¿Qué es un fantasma? preguntó Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres. Esta cita de Joyce
para hacer referencia a la amistad es tan usada que debería darme vergüenza; aunque las debilidades rectificables nos recuerdan fundamentos elegidos para seguir andando. Tal vez no haya sentimiento humano más precioso que la amistad, pero la forma en que cada uno interpreta este sentimiento da para demasiados renglones. Te borro del feis, le decía un amenazante adolescente a otro —actualizando aquello de los dedos— dispuesto a llegar a casa para hacer un par de clics ante el ordenador y dar a entender su disgusto.
La ruptura es un animal incontrolable y en evolución, Puedes matar al indeseado en la red social, cambiar de ritmos vitales o aceptar un trabajo en el extranjero. Siempre nos quedará la papiroflexia.

Publicado en El Comercio

jueves, 18 de abril de 2013

BUCANEROS BAJO LA LUNA


Es fácil evadir responsabilidades ante un trabajo en grupo, más aún cuando puedes hacer gestiones no especializadas como comprar siguiendo una lista. Pero no olvidemos que al final siempre habrá un par de personas que lleven el peso creativo, y sólo depende de sus artes el que, con las viandas dispuestas, hagan sencillamente de comer o realmente cocinen. Sabemos distinguir la diferencia.
        Siempre me he sentido un poco pirata, en estas merendolas al fuego, desde que leí el libro que contaba de primera mano la vida de los verdaderos piratas del Caribe, los bucaneros (del francés boucan, barbacoa). Es el libro de Alexander Exquemelin, llamado el médico de los piratas, un aventurero doctor –tal vez simplemente barbero o sacamuelas, no había tanta diferencia– cuya peripecia le llevó a compartir botines con inolvidables filibusteros como el Olonés o el gran Henry Morgan.
        La noche es magnífica para quien se quiera escaquear pero uno nunca deja de ser cocinero, de distinguir que la carne es de gran calidad pero sólo alguien con buena mano sabe darle ese punto de excelencia. Por eso se hace imprescindible un acercamiento a la parrilla manipulada por dos hermanos, Nino y Pablo. Me explican los secretos de cocinar en la barbacoa.
       Esto es fácil, pones lo necesario, compruebas el calor y ya está. Y lo hacen, ante mis ojos, que no lo ven tan fácil.
        Cuenta Pablo –hablando de manjares– que lo que come en casa de
su madre suele ser cena en casa de su hermano, o al revés. Nino, el hermano mayor, lo explica un poco más: aprendió a guisar de su madre y, aunque se pase meses sin verla, a la hora de cocinar es fácil que hagan los mismos platos el mismo día.
       ¿Qué transmisión de madre a hijo es esta? ¿Una cuestión de costumbres que no podemos comprender? ¿Una misteriosa conexión entre condiciones naturales e ingredientes en un código que sólo ellos saben interpretar?
     El erudito pretenderá dar explicaciones alegando menús semanales marcados por dietas o racionamientos de posguerra. Estos materialistas también son útiles en una barbacoa bajo la luna, como combustible.

Publicado en El Comercio

miércoles, 17 de abril de 2013

EL TRÁNSITO INJUSTO


¿Qué sentido tienen los afanes, las previsiones de futuro, el caminar por los caminos marcados seleccionando con prudencia los derroteros más adecuados para lo que tenga que venir? Un día de sol terrible y calor asfixiante estás sentado con un amigo a la sombra, tomando una bebida fresca y observando las peripecias de los hijos que han dado tanto quehacer para llegar aquí, y no hablo de la lata que han dado mientras han crecido hasta este punto (en mi caso como padre) sino de las vueltas, papeleos, viajes y tribulaciones que mi amigo y su mujer han tenido que sufrir para conseguir adoptar a dos niños. Recuerdo su desesperanza cuando ya habían conocido a sus hijos, pero la maldita burocracia los mantuvo casi un año más en el orfanato. Por suerte eso ya pasó, ahora charlamos mientras los gritos infantiles van subiendo de tono y hacemos una pequeña planificación para vernos el próximo fin de semana y comer todos juntos en casa. Ya no es como en los viejos tiempos, en los que ni siquiera concretabas la hora o el sitio, cada día sabías donde podías encontrar a los amigos, y más allá del fin de semana no había nada imaginable, nada existía. Ahora hay que mirar la agenda con semanas o meses de antelación para cualquier intento de reunión.
        Y así acaba la historia. El fin de semana nunca llegará para mi amigo
Javi. De un día para otro se fue. Desapareció. Están sus hijos, de los que ha podido disfrutar tan poco, su mujer, sus padres, sus hermanos... Él se ha ido, como su hermano Jorge hace quince años, demasiado pronto. Todos sabemos que tarde o temprano perderemos a seres queridos, pero ¿qué reglas puede haber en este caos donde muere a los cuarenta años alguien con tantas cosas por hacer? ¿Cómo concebir que no vas a estar nunca más con esa persona cuya voz aparece con claridad en la cabeza, como sus gestos, su cara? ¿Cómo imaginar que eso ya sólo podrá ser recuerdo, algo pasado y perdido, si casi lo puedes tocar?
       Una noche dejas el último pedazo de pastel para desayunar y al día siguiente se queda en la nevera, cada vez más frío. Tan simple. Tan blanca y terrible.

Publicado en El Comercio

jueves, 11 de abril de 2013

GENEROSIDAD


Algo tan cercano al infinito como es internet puede ser considerado un dios si nos ponemos a calibrarlo con los sistemas de medida que la filosofía
nos ha proporcionado. Pero meternos en cuestiones teológicas en ayunas sería aburrido y de mal gusto; un planteamiento más cercano a la medida del consumidor habitual sería buscarle atributos a esa red que todo lo ve. La lista también podría ser interminable, pero en este caso nos fijaremos en el altruismo, esa disponibilidad de algunas personas para facilitar la vida de los demás sin buscar un beneficio propio.
La generosidad forma parte de internet.
Un día te planteas una actividad inusitada: cambiar la cruceta del cambio de marchas de una moto Vespa 160 fabricada en 1969; y no sabes cómo hacerlo. Por probar, usas el buscador. Resulta que un tipo explica la forma de hacerlo con todo detalle, con fotos, con un vídeo. El dueño de un taller de mecánica tal vez opine que ese filántropo es un sinvergüenza que le está quitando clientes, puede ser, pero no hay duda de que si un australiano quiere preparar una fabada asturiana o un allerano no sabe qué botón hace funcionar su satélite, habrá alguien en la red que se lo intente explicar con todo detalle y sin pedir nada a cambio.
En internet también puedes descubrir extraños ejercicios de generosidad. Buscando el nombre del protagonista de una película, o el director de aquella otra, acabas descubriendo que Ving Rhames (Pulp Fiction, Misión Imposible) recibió un Globo de Oro como mejor actor, pero dijo que no se lo merecía y llamó al escenario a Jack Lemmon —que también estaba nominado— para entregárselo ante el pasmo de todos, incluido Lemmon. Seguro que ese gesto le acarreó
todo tipo de críticas: miembros del jurado que se sentirían ninguneados, afroamericanos que no ven con buenos ojos al negro que homenajea a un blanco... Pero en un mundo como el del espectáculo, donde los egos inflados son necesarios para sobrevivir —puesto que autoproclamarse buen producto es necesario para venderse con éxito—, un acto de humildad o generosidad como este resulta insólito.

Publicado en El Comercio

miércoles, 3 de abril de 2013

SON LOS RÍOS


En aquellos tiempos el escritor contenía las ideas mientras buscaba huecos en la guardia de la gramática y disfrutaba del idioma, o hacía quiebros inesperados antes de pasarse minutos en blanco para decidir el término adecuado. En su lucha contra el espacio en blanco tenía dioses y héroes siempre presentes, algunos de los que incluso no era consciente por olvidados o mal leídos. Al final estaba el texto y, con suerte, una opinión justificada de amigos o colegas bienhallados en la patria del mesón. Ahora le encontramos, con suerte, en los supermercados, buceando en la sección de congelados y haciendo bromas absurdas. Aquí estoy, menos que cero, como decía Easton Ellis, ya sabes, el frío.
Estábamos allí entusiasmados todos con su primer texto publicado, breve pero celebrado en toda la extensión de la noche. Le daba palmadas en la espalda el que no tenía criterio y lo valoraba todo con un par, o las compañeras con textos publicados, o el amigo de la infancia, que estaba un poco desconcertado con tanto exceso, el amigo de miedos y trifulcas literarias, la chica que lo veía todo bien, el chico que todo lo veía mal y el intelectual de la barrera, siempre dispuesto a la polémica, el primero en hablar.
¿Pero cómo dices que escribes para cualquier lector haciéndolo de esta manera?
Es que yo no pienso en ningún lector.
Se escribe para uno mismo, dijo el intelectual de la barrera. Eso lo entiendo, pero no puedes pensar que todo el mundo puede entender lo que escribes.
Escribo para toda persona que sepa leer.
Ya, pero crees que todos pueden captar la metáfora de Manrique Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”.
cuando dice que
Es que no hace falta saber lo que es una metáfora para entender eso.
Fue aquella una magnífica velada. Llena de discusiones literarias comprometidas que estaban dispuestas al pugilismo y conversaciones de madrugada que afloran al principio de esta columna. El tiempo pasó y todos nos buscamos la vida. Espero más de ese tipo...

Publicado en El Comercio