En el fondo no somos más que animales en sociedad que necesitan organización, es decir, ganado. Sin entrar en temas de gran calado sobre las formas cada vez más elaboradas para dirigir nuestros gustos o necesidades, me referiré en exclusiva a una pura cuestión de orden.
Hace años, en la carnicería Pili, mi madre me enseñó aquella frase de rigor: ¿quién es la última? De aquella no había muchos hombres haciendo la compra y yo no presté mucha atención, me fascinaban más las conversaciones de las señoras sobre J.R. o Falconetti, malvados televisivos que, por el tono tan familiar y comprometido del personal parecían estar a la vuelta de la esquina tomando un vino, o tal vez cohabitando con alguna de aquellas compradoras de pechuga deshuesada.
El caso es que, sea por coincidencia de esos gustos o necesidades, al final muchos coincidimos en la misma ventanilla, y se hace necesario el orden, ponerse en la cola. Luego ya irá apareciendo nuestra natural picaresca para intentar colarnos. Como en la fila del colegio: ¿me cuelas y te cuelo?
El hilo musical, esas melodías hechas para no ser oídas, no es el único artefacto de control de multitudes. El primer método es dar números; hoy en día perfeccionado con ese sistema que añade también letras, ventanillas y asuntos como variables que el habitante de la cola debe manejar antes de pulsar el botón y sacar el numerito.

Al final todo depende del tiempo y del humor, el que está sobrado de ambos puede pasarse el rato en la cola observando a este y aquella, haciendo conjeturas. Si la prisa le corroe y le altera la paciencia, hará un esfuerzo para quedarse en blanco, descubrirá que hay un hilo musical, o tal vez se deje llevar por la rabia y arme la de Dios, para descubrir cuántas puertas se pueden abrir a gritos, y de qué sitios.
Publicado en El Comercio
No hay comentarios:
Publicar un comentario