a proyectar su cráneo privilegiado —como decía Antonio Orejudo de Ortega y Gasset, en su fabulosa novela— y la cabeza de nuestro Raimundo se incrustó en el radiador. !Gooo...!, todavía gritaba cuando hizo !clonc! para apagar nuestros gritos con un silencio temeroso. Regresó al sofá sangrando profusamente por el cuero cabelludo.Insistíamos en ir a Urgencias, pero el humanista Caracol dijo que no era nada, ofreció agresiones físicas a quien volviera a mencionar el tema y pidió una toalla para presenciar con un solemne turbante de rizo americano el resto del partido. Civilizadamente, hecha la faena por nuestro equipo, nos fuimos a Urgencias, donde la herida de Raimundo era una nota de distinción entre tanto coma etílico de adolescente incontrolado.
Recordándole allí, sereno como un juez con su tur
bante casi rosa, es imposible no admirar de alguna manera esa entrega, esa pasión por lo que sientes propio hasta la enajenación, y hasta dónde te puede llevar.Cuando al fin le atendieron salió sonriente con un aparatoso vendaje a modo de casco. Preguntamos las complicaciones, ¿habrá que amputar?, ¿ya está redactado el testamento?
Nada, tres puntos... Lo que necesitábamos. Hala vamos tomar una cerveza.
Publicado en El Comercio
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