miércoles, 8 de febrero de 2012

DRAGOMÁN


Leyendo Estudio en Escarlata, la primera aparición de Sherlock Holmes, en su versión original inglesa, nos encontramos a poco de empezar el capítulo tercero esta sorprendente frase de Watson ante las deducciones del genio de Baker Street:
      -Wonderful! - I ejaculated.
      Ustedes llegarán a imaginarse que el doctor Watson quedó tan extasiado ante las exhibiciones de la mente preclara de Sherlock que gritó ¡maravilloso! y, a continuación, eyaculó. Pero cómo pueden pensar semejante barbaridad del caballero más victoriano de la literatura universal, el bueno del doctor nunca haría algo así para luego contarlo. Aunque a alguno le parezca extraño, la traducción sería algo así como: “¡Asombroso!, exclamé.”
      Estas humoradas no pretenden otra cosa que dar a entender la gran valía que tiene el trabajo del traductor, glorioso intermediario entre lo inaccesible y la revelación.
A veces nos encontramos curiosidades, como aquel ingenioso trujamán que inventó una medida llamada “incha” para referirse a las pulgadas (inch, en inglés) o las conjeturas que pueden surgir en una mente casi pueril leyendo una novela de Raymond Chandler en traducción mejicana, porque yo pensaba que Marlowe era un fumador detective que vivía en California en los años treinta, pero cuando leí que había manejado su carro varias cuadras, se dejó caer en lo de Rick y se tomó un whisky en las rocas, creí que había viajado en el tiempo usando una carreta de alquiler, se había caído sobre una parte de Rick (a saber) y luego se fue a un rocoso acantilado para tomar un whisky. Lo que habría dado entonces por un Diccionario de Americanismos como el que acaba de sacar la Real Academia de la Lengua.
      La traducción de obras literarias es un trabajo muy complejo, lleno de persistentes pequeñas insatisfacciones. ¿Ustedes creen posible transmitir los mismos significados, con la misma cadencia rítmica y riqueza en metáforas de los sonetos de Quevedo, Lope de Vega o José Hierro? Plantearse una labor como esa es afrontar una aventura titánica, casi siempre imposible. Hace falta valor.

 Publicado en El Comercio

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