miércoles, 16 de febrero de 2011

QUEJA


La queja es una petición de ayuda. Esto puede parecer una definición evidente si pensamos en una exclamación de dolor provocada por un daño físico, pero las formas de quejarnos son tan variadas que dan para unos cuantos libros de psicología, antropología o artes culinarias.
Esa persona adulta con tremendo bigotón que pone pucheros cuando se le complican las nuevas tareas o aquella señora que escribió una carta al director para mentarles la madre a los que trazaron la carretera partiendo su finca por la mitad, están pidiendo ayuda. Podemos tomar el vermú cantando alabanzas y gritando hurra, pero ¿cuánto duraría la conversación sin quejas, y sin llegar al aburrimiento? ¿Qué son sino quejas las columnas de opinión o las críticas gastronómicas?
La queja brota inconscientemente, muchas veces de forma inútil, porque nadie puede oírnos: es un grito en el vacío. Y lo peor son los ecos.
La literatura esta llena de gritos de socorro. La expresión artística en forma de poemas, narraciones, representaciones, pinturas, puede no tener una intención comunicativa, pero es muy probable que la persona que ha elaborado la pieza necesite transmitir su clamor a todo el mundo: está pidiendo auxilio. Y tal vez nuestra atención pueda salvar su vida, si decidimos que merece la pena.
Cuando Dan Brown multimillonario escribe nuevos textos que llegan a nuestras manos en forma de libro está pidiendo socorro, y habrá millones de personas que acudirán para salvarle euros en mano.
Robert Walser escribía en silencio sus lapicerías desde el manicomio de Herisau en los años cuarenta y cincuenta para ayudarnos a comprender que los susurros del desamparado pueden ser geniales.
Queja es una palabra malsonante, de acuerdo, llámenlo reclamación, demanda, descontento, pena, disgusto, lamento, blues (como Robert Jonson), aullido (como Allen Ginsberg) o gemido, cuando la distancia entre dolor y placer es más corta.
No se disgusten, hagan caso del ilustre ministro que hace unos años afirmaba: la situación es alarmante pero no preocupante porque preocupándonos no vamos a conseguir nada.


Publicado en El Comercio

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