miércoles, 2 de febrero de 2011

RING


El cine negro es refrescante en verano. Esas películas que producía la industria hollywoodiense en los 30 y 40, con miles de profesionales trabajando a destajo para contar historias que llevaran entretenimiento barato pero elegido al americano medio, en glorioso blanco y negro, están repletas de magníficos detalles de artesanía y otros recuerdos posibles.
Es viendo una escena de Kid Galahad (1937), cuando entre tantos sombreros fedora típicos de gánster llegan los chicos de la prensa, con sus sombreros de paja planos (boater, para que vean que me documento), ese atuendo el que me recuerda a Ring Lardner.
Murió en 1933, Ring Lardner, muy famoso en su tiempo como cronista deportivo de la liga americana de béisbol, admirado por Hemingway o Virginia Woolf, influyente en autores como Saroyan, Salinger, etc. Sus dotes para el humor absurdo se pueden apreciar en esta acotación para una de sus obras de teatro: el telón desciende durante siete días para significar el paso de una semana.
Sus relatos están cargados de ironía, de una gran capacidad para apuntar hacia lo más mundano y distinguir particularidades universales, diálogos tan habituales que parece que todo puede llegar a estallar mientras siguen fumando en pipa, te ríes, planean la venganza y el cuento acaba sin saber cómo.
Uno de sus hijos, James, murió en España formando parte de las Brigadas Internacionales: otro, Ring Lardner Junior, guionista, fue uno de los Diez de Hollywood al que consiguió “cazar” el macarthismo (aún así, ganó dos óscars y escribió el guión de El más grande, una película documental basada lógicamente en Muhamad Ali).
Siendo amigo personal de Scott Fitzgerald, era también muy dado a los bares, como lo demuestra esta anécdota. Después de tres días tres sin apartarse de la barra del Friar’s Club en Nueva York porque decía que no podía volver a casa en traje de noche, bebiendo solo en patética actitud, alguien se acercó para contarle un chiste, momento que aprovechó para irse. Poco después entró un habitual y gritó: Dios mío, ¡la estatua se ha ido!


Publicado en El Comercio

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