miércoles, 6 de julio de 2011

SIN LÁTEX EN LA PISCINA


Prefiero las piscinas municipales, autonómicas, interestatales, ecuménicas, el mar con gorro de goma para no soltar pelo proletario, hacer como que lees un libro de David Foster Wallace (forrado con papel de estraza, eso sí, por si alguien te toma por resabido o, peor aún, quiere entablar conversación; lo mejor es poner la sobrecubierta de un superventas, nadie se fijará en ti si estás leyendo tal cosa), pues eso, haces como que lees pero en realidad pegas la oreja a la conversación de los chavales que hablan de su noche pasada (cándido vicio), o la de las señoras que juegan a las cartas (porno), o la de aquellos intelectuales en bañador que acabaron pegándose por una discrepancia sobre el uso del ablativo absoluto, en latín claro.
Me fui unos días a Madrid, a visitar a unos amigos que vivían en una urbanización exclusiva en las afueras, con guardias de seguridad, gente que no dice nada en el ascensor y piscina privada. Privada pero compartida con el resto de exclusivos afortunados.
Decía Santiago Auserón que 37 grados es la temperatura del cuerpo humano al hacer el amor. Yo no suelo llevar termómetro, pero viendo la temperatura que marcaba el que había en aquella piscina estaba claro que el sol nos estaba dando de lo lindo por delante y por detrás. Me sentí un poco desnudo y fresco sin mi gorro de látex azul.
Estaba acodado en el borde, pataleando con indolencia, viendo a unos niños jugar con sus pistolas de agua. De pronto uno de ellos se volvió, corrió hasta la piscina, a apenas unos metros de mí, se bajó el bañador y se puso a mear en el agua.
No pude evitarlo, tuve que llamarle la atención, y no se me ocurrió nada mejor que la frase clásica: oye, niño, eso no se hace.
Creí que pediría disculpas, que exigiría comprensión por su necesidad, pero este era un niño de élite, seguro de sí mismo.
Sí que se puede, el otro día me bañé con mamá y me dijo que sí, que ella también lo hacía, como todo el mundo.
Y ahí seguía el Manneken Pis mientras me alejaba de sus orines y añoraba aquella frase de las jugadoras de tute sobre la toalla. ¿No tienes copas? Pues echa unos orines, anda, ji ji. Señoras, por favor.

Publicado en El Comercio

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