viernes, 15 de julio de 2011

UN MIEDO


No siempre podemos ponerle nombre a los miedos. No sé cómo se llamaba el perro que consiguió romper su cadena y perseguirme, ponerme las patas en la espalda e intentar morderme la cabeza hasta que mi abuelo lo apabulló de un manotazo, pero el psicólogo me ha dicho el nombre de mi fobia.
Alfredo y yo nos encontramos por primera vez en un paraje exótico, selvático, rotundo: el Valledor de fines de los 70, un paraíso asturiano que empezaba a recibir la luz eléctrica e imaginaba agua corriente en el grifo; pero donde nos reconocimos seres pensantes y dignos de diatriba intelectual fue en la Biblioteca Pública de la calle San Vicente en Oviedo. Él me descubrió a Los Tres Investigadores, una colección que devoré con pasión durante meses, apartando a codazos a los que venían a quitarme posibilidades cuando el señor de bata azul iba colocando en su sitio los libros devueltos.
Fue el descubrimiento del Museo Arqueológico lo que me haría considerar a Alfredo el más grande anfitrión, una palabra que siempre relaciono con aquel momento. Era tan simple como salir de la biblioteca y entrar en el edificio que estaba justo al lado, pero a mí nunca se me había ocurrido, esa fue su genialidad. Los sábados por la mañana visitábamos aquellas salas. ¿En cuántas batallas habrá estado esta espada? Seguro que esta punta de flecha mató a un mamut, no, mejor a un oso cavernario. El reto de dar una voltereta sobre el mosaico geométrico de una casa romana apenas duró unos segundos, espero que de aquella no hubiera cámaras.
Tampoco renunciábamos a la infancia: jugábamos con soldaditos de plástico y petardos de a peseta en un descampado de Buenavista que hoy es la Ñocla de Calatrava.
Un día me levanté y al entrar en la cocina mi madre apagó la radio, me puso la mano en el hombro y lo dijo: murió Alfredín, estaba en un viaje de estudios y se ahogó en la playa. Esa muerte de la infancia marcó las lecturas de mi vida.
Ahora tengo responsabilidades paternales que atender y a todos los niños les gustan las olas y el riesgo. Pierdo los estribos con facilidad, pero al menos sé el nombre que asocio con este miedo.

Publicado en El Comercio

No hay comentarios: