jueves, 9 de agosto de 2012

ERRANDO HUMANO


Para muchos, rectificar no es de sabios, es una demostración de pusilanimidad, de endeblez o incluso de chaqueterismo. Lo que hay que rectificar es el pensamiento ajeno, doblegar voluntades y conseguir que el concepto de sabiduría de los demás sea un espejo de las propias cualidades del sabio que se precie. Errar no es humano, es para débiles.
            Leocadia era una futbolera de miedo. Su pasión por el deporte de los millonarios en calzoncillos era incontenible. Almacenaba datos con tal rigurosidad que era habitual recurrir a ella para solventar dudas existenciales (quién marcó el tercer gol en aquel partido de la temporada 85-86 contra el Madrid, por ejemplo). Una persona con tal devoción necesitaba los canales televisivos de pago para ver absolutamente todos los partidos, una magnífica excusa para ir a su casa y rodearnos de cervezas y canapés.
            Un día de esos en que el fútbol no nos había dado más que disgustos, llegados al mismo punto de indignación de siempre, se erigió Leocadia como paladín de esta causa: ¿por qué yo tengo que pagar para ver el fútbol y los que ven programas del corazón los ven a todas horas, gratis y en todos lo canales? Nos conjuramos todos bajo este lema, sólo para dejarlo correr al día siguiente entre los palos de la rutina. Pero Leocadia no lo olvidó.
            Me la encontré por la calle unos meses después. Muy cambiada. Resulta que había llamado a un famoso programa del corazón con intención de protestar por el indigno reparto del queso televisivo. Para poder entrar en antena tuvo que contar que había sido amante de no sé qué tipejo. Ya con su voz en off alumbrando a los contertulios, soltó su frase de reclamación, pero no le hicieron mucho caso; es más, tomaron su energía verbal como un rasgo aprovechable. En un par de días había recibido varias llamadas e invitaciones de programas para dar explicaciones de su aventura con fulano o mengano, en unas semanas ya formaba parte del ruedo rosa y aseguraba esto o lo otro, afirmando que tenía fuentes contrastadas que no podía revelar. Divina, ella. O diabólica. No sé, yo sigo errando humano.

Publicado en El Comercio

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