
No
debemos perder los papeles. Y no me refiero a dejar de comportarnos con respeto a los demás porque estoy seguro de que pronto nos
veremos en las barricadas. Las hojas de papel que consignan lo que
cada uno haya sido capaz de conseguir en su vida –sea por trabajo,
maternidad, deuda, compra, estancia o contrato diverso–, esa letra
escrita es ley. Y, si no tiene el prudencial sentido común de
guardar los papeles, pronto comprobará las limitaciones del sistema
informático. Porque aquí en la pantalla –la ventana al nuevo
mundo cada vez más virtual– la diferencia entre ser o no ser es
cuestión de segundos, y la cara de idiota que se nos queda cuando
todo ese artefacto elaborado desaparece, es sólo un gesto
introductorio al momento verdaderamente dramático: la asunción de
la pérdida; seguido de una segunda imbecilidad, mucho más
consciente por no haber tenido la precaución de hacer copias; y un
catártico momento final en el que los retumbantes cabezazos contra
la pared se mezclan con llanto, aullidos y una marcha fúnebre y
burlona al mismo tiempo.
El
mundo virtual también permite sustituir telefonistas por gestores
telemáticos sin solapas a las que agarrar cuando los tratos se
tuercen. Y, no nos engañemos, tampoco nosotros somos inocentes. La
venta de las mejores cámaras digitales en las grandes superficies
comerciales despuntaba en mayo al calor de bodas y comuniones. A la
semana siguiente eran devueltas sin necesidad de explicación,
mientras el tique estuviera presente. Si al gran comerciante no le
importaba, por qué no aprovechar la oportunidad.

Que
el Lazarillo sea el inconsciente libro de cabecera de cualquier
ciudadano no es más que una confirmación de la naturaleza humana.
Lo preocupante es que el propio estado, ese gran progenitor que a
todos da las buenas noches, actúe de manera semejante y busque la
forma de sacar la mejor tajada de cada uno de nosotros para perpetuar
unas formas de gestión que no parecen beneficiar de la misma manera
a todos. Pero es difícil afrontar la realidad, con lo eficaz y
bonito que aparece todo en la pantalla.
Publicado en El Comercio