miércoles, 13 de marzo de 2013

PEREGRINOS EN LA FRONTERA


Antes de empezar a conseguir el perdón por todos sus pecados a través de la penitencia del camino, los peregrinos que habían elegido Roncesvalles para comenzar la ruta decidieron que era necesaria una visita a Francia. Embarcados en una empresa que había supuesto renuncias personales y profesionales de gran calado para disponer del bien más preciado –el tiempo–, la visita al territorio francés podría considerarse una minucia, un incordio a juicio de algunos compañeros caminantes, pero un trámite imprescindible para estos dos peregrinos que decidieron que los elementos no impedirían sus necesidades.
Partieron rodeados de bromas o gestos disconformes, adentrándose en una noche terrible de viento y aguacero que pronto se convirtió en la niebla más profunda que hubieran conocido. Pronto descubrieron que el camino elegido no era el adecuado, que no había carteles señalizadores ni indicación alguna de lugares de destino o pueblos cercanos. Su fe tuvo al fin una señal del cielo.
Sonaron los cuatro pitidos con silencio intermedio para indicar que había un nuevo mensaje en el móvil. La compañía telefónica benefactora avisaba al peregrino de la posibilidad de usar una maravillosa tarifa internacional. La sabia deducción era evidente: ya no estaban en España.
Salieron del coche e hicieron sus necesidades mientras gritaban todo lo que les había llevado hasta allí: ¡toma público de Roland Garros!¡toma Villeneuve!¡esto por la Eurocopa del 84! ¡para ti, Napoleón!...
De vuelta al coche, muertos de risa por su travesura, extravagancia a su edad, se pusieron a revisar la figura de Napoleón, ese engendro tan malvadamente descrito por los británicos que han impuesto su criterio histórico por ser cultura dominante desde hace un par de siglos. La manipulación del saber les llevó a la revisión de una cita de Geoffrey Chaucer. ¿Qué hay mejor que la sabiduría? La mujer. ¿Y qué hay mejor que una buena mujer? Nada. Concluyeron que se hacía necesario ir a deponer a la Gran Bretaña, siguiendo los pasos establecidos por Chaucer para hacer la peregrinación a Canterbury.

Publicado en El Comercio

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