jueves, 25 de abril de 2013

GOTERAS


Me levanto un lunes cualquiera dispuesto a resolver el mundo y antes de darme cuenta de que dormir es el mejor estado posible empiezan a pasar cosas extrañas. He dejado a los retoños en el colegio y vuelvo a casa para trabajar un poco en el redil personal sin ruidos ajenos; al coger un libro encuentro agua sobre la portada, una gotera justo sobre la estantería de libros revisables.
     Soy seguidor del principio Enterría: no guardo libros que estén en bibliotecas públicas; pero no puedo evitar el coleccionismo, porque algunas lecturas necesitan relecturas, consulta y apropiación necesaria del objeto de arte editado. El pequeño muestrario de esta habitación en la que escribo es para mí un tesoro sentimental, pero seguro que lo recuperaré en las librerías si lo pierdo. Al menos eso pienso cuando levanto los libros engordados por el agua.
La forma en que el acuático maligno ha llegado al papel también da qué pensar a mi mañana de lunes. El primer afectado, el más recientemente apilado a esta montaña del estante es Paracaidistas, de Chus Fernández. Novela imprescindible, la mejor del año sin duda. Debajo está Historia abreviada de la literatura portátil, de Enrique Vila-Matas, un ya clásico que podemos encontrar por ahí. En el último nivel, antes de los verticales selectos, está La senda de perdedor, de Bukowski, probablemente su mejor novela.
Aún me pregunto si esta afección del agua a mis lecturas y los estratos corrompidos dan a entender mis afectos literarios, cuando mi mujer llama para explicar por qué nuestro hijo pequeño lleva un mes con dolor de oídos: no era un virus, tenía una pieza de plástico introducida en el oído; el otorrinolaringólogo se la ha extraído, pero para ello han tenido que inmovilizar al pequeño con la participación de la madre como estructura de anclaje, sujetando al pequeño manoteador con tal decisión que se ha causado una contractura en la espalda.
Mientras contemplo la gotera y los estragos que aún no he descubierto, un taxi traerá a casa a mi mujer con la espalda torcida y a mi hijo pequeño agotado ante la tortura. Vaya lunes oiga.

Publicado en El Comercio

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