miércoles, 1 de septiembre de 2010

ARTIMAÑAS EN LA COLA

La cola del paro no tiene hilo musical. La crisis ha llegado a tal punto de austeridad ejemplarizante que no podemos malgastar el erario estatal en semejante trivialidad. Pero esta limitación del arte expuesto al público tal vez se pueda explicar de otra manera. ¿Qué pasa si al compás de una de esas ligeras cancioncillas unos cuantos miembros de la cola empiezan a mover las caderas con estudiada coreografía? Contagiarían al resto de desesperados y toda la oficina se convertiría en un espectáculo musical incontrolable para los funcionarios organizadores. ¿Cómo darle número de orden a un señor que agita los pantalones por encima de su cabeza?
    La situación de los protagonistas de aquella película titulada Full Monty era verdaderamente dramática, muy dura. Pero ese fondo doloroso se olvida durante unos momentos gracias a una serie de situaciones cómicas, empezando por el momento en que los desempleados deciden que su alternativa es convertirse en “boys”. Probablemente la escena más famosa es esa en la que están todos haciendo cola en la oficina de empleo —hombres corrientes, con sus vaqueros gastados por el uso y trajes que nunca estuvieron de moda —,  entonces suena la música y en el momento adecuado todos ellos hacen a un tiempo su movimiento sexy.
    ¿No recuerdan ustedes eso cuando están esperando ante la ventanilla del banco, o de Tráfico, o del Ayuntamiento, justo antes de pagar la multa? ¿No es esa una cualidad de las obras de arte? La fórmula que les permite llegar a formar parte de nosotros, de nuestras perspectivas más íntimas de la realidad.
    Como cuando distinguimos a través de la cortina de la ducha una sombra amorfa que se acerca y por un momento dudamos si será un psicópata travestido y con peluca. Y, sin salir del baño, quién pondría en duda al mirar en el espejo y ver todo el universo cotidiano reflejado menos su propia persona, que se ha convertido en vampiro. O ese deseo feroz, vertiginoso, ante el paso del tiempo y sus marcas, ante los rasgos de una vida consumiéndose que van profundizando la carne reflejada… ¿quién no deseó tener un cuadro en el trastero que fuera envileciéndose por nosotros, como El retrato de Dorian Gray?
    El hilo musical de Hitchcock, Wilde, Stoker, Kafka…
    Sí, señor Samsa, porque ¿quién no se ha despertado alguna vez sintiéndose como un bicho?




Publicado en El Comercio.

1 comentario:

José Havel dijo...

Felicidades por este nuevo punto de encuentro que todos tus lectores, presentes y futuros, te agradecerán.
Bienvenido a Blogilandia.
Un abrazo.