miércoles, 14 de diciembre de 2011

SOMOS DOS


Lo vi por primera vez hace unos años, un hombre todo de negro con capa, bastón y sombrero de copa. Estaba a punto de llamar la atención de mis compañeros de terraza veraniega sobre aquel curioso viandante cuando el hombre se volvió para mirarme. No tuve más remedio que seguir tomando el aperitivo sin decir nada de aquella aparición.
        Ese mismo verano, a media tarde en la playa de San Lorenzo, fuimos a uno de los puestos de helados que hay en el paseo. Justo al lado estaba un tipo con su gabardina a lo Bogart y el sombrero entornado tapándole los ojos, fumaba y mostraba cierta mueca de sorna mientras nos observaba elegir entre tanto cono, polo, corte y tarrina. De lejos pensé que podía ser un hombre anuncio de la Semana Negra, pero hacía ya casi un mes que había pasado, y al acercarme pude ver sus rasgos con claridad. Otra vez. No podía ser. Aquella gabardina con el calor que hacía, y la cara...
        Oye, le dije a un niño, ¿si tú fueras ese señor de la gabardina qué helado pedirías?
        ¿Qué señor de gabardina? Yo quiero un Batiscafo de fresa.
        Ese que tiene sombrero y está fumando, ¿no lo ves?
        El niño miró otra vez donde le señalaba, luego me dijo: has estado demasiado tiempo al sol, tú sí que necesitas un sombrero, quiero un Batiscafo de fresa.
        Mientras los gritos de los niños se alejaban camino de las toallas me acerqué a él, sabiendo por primera vez que sólo yo podía verle, y conocía perfectamente sus rasgos: eran los míos.
        En la literatura, Don Quijote y Sancho abrieron un camino que siguieron entre otros Holmes y Watson, pero sobre todo, a la hora de mostrar esa dualidad humana, depurando los rasgos hasta polarizarlos en dos individuos diferentes, tenemos que hablar de Jekyll y Hyde: un solo hombre dividido en partes opuestas.
        ¿Estaba ante mi sombra, como en el oscuro cuento del más sombrío Andersen? ¿Era mi Doppelgänger, un fantasmagórico otro yo? ¿Quién era yo y ello? Porque esa era la primera duda: ¿era el virtuoso Jekyll o el infame Hyde el que me miraba socarrón?
        Esto fue hace tiempo. Ahora, tras años de costumbre, ya casi no hay hueco para la duda.

Publicado en El Comercio

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