miércoles, 7 de diciembre de 2011

VENTANA CIEGA


Los ruidos de la bolera suben hasta esta ventana ciega, primero se oyen los golpes de la bola contra los palos y poco después la voz metálica de la megafonía que anuncia la puntuación. Lo interesante, claro está, es imaginar ese momento previo en que la bola ha sido lanzada y surca el aire con precisa parábola y vuelo en espiral, porque ese gesto sin sonido no llega de fuera, hay que sacarlo de dentro, visualizarlo como imagen sensorial. A veces, tras todas estas tardes disfrutando de ese campeonato de oídas, he conseguido ver con toda nitidez el lanzamiento, de forma que el impacto sonoro coincidía exactamente con el momento en que mi bola mental chocaba contra el bolo y resonaba seca la madera, la de verdad, diez pisos más abajo. Sí, algunas veces han coincidido ensueño y materia.
        Tampoco soy capaz de entender con claridad las voces que resuenan a través de la megafonía. Supongo que dirá tres, siete, lanza Paco... cosas así. Pero a veces son frases más largas. Tal vez no diga cuatro, sino charco, o parco. Pies, o fe, y no tres. En lugar de decir cuatro, treinta y nueve a cuarenta y cuatro, farfullará algo como palpo en sendas nieves alto pelagatos. Es posible que sea un rapsoda improvisando o una especie de humorista evidentemente incomprendido, porque desde luego no parece que el público aplauda su ingenio. Imagino que soy su único espectador en ese sentido, los que están ahí abajo -donde yo no puedo ver- sólo le entienden números, cifras, datos precisos, pero como aquí llega todo de una forma tan imprecisa tengo que rellenarlo de alguna manera, y creo que la opción de un aventurero de la palabra ante esa actividad con reglas muy delimitadas como es un deporte, es mucho más vibrante y ensordecedora para mi cabeza demasiado hueca a estas alturas, demasiado expuesta a rellenarse de sonidos aún más extraños y peligrosos que los llegados de fuera, raros, imprecisos, tergiversados, pero externos al menos, que no es poco.
        No son más que ejercicios de bisagras para pequeñas puertas de la percepción, como diría un William Blake ferretero. Qué puedes ver por una ventana ciega.

Publicado en El Comercio

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