miércoles, 2 de mayo de 2012

ABUELA


La abuela Oliva era una mujer sentenciosa. Fortuna te dé Dios, hijo, que el saber poco te basta, pero bueno es el saber cuando la fortuna falta, decía recordando algunos versos leídos o aprendidos en la niñez.
La abuela Oliva me enseñó a amar los libros, a disfrutar de lo escrito y reverenciar a los que son capaces de exponer con letras sus ideas. Mucho más valioso en mi formación intelectual es que me enseñó a hacer fiyolos: los ingredientes, la forma de mezclarlos, la cantidad que había que poner en la garfilla, la inclinación de la sartén para extender aquella mezcla que acabaría siendo exquisita y, sobre todo, la forma de voltear el fiyolo. Pueden ustedes llamarlo hojuela, frixuelo o cereixoa, pero el resultado es el mismo: una magnífica torta del cereal preferido sobre la que cada uno puede extender lo que quiera. Así de generosa fue siempre Oliva.
Oliva era dura como el pedernal, o tal vez como las pizarras que cubrían la magnífica Casa de Marcos del Valledor donde se crió, o las pizarras donde conoció las letras que siempre admiraría, una roca que no se rompe en pedazos, simplemente se hace hojas, láminas negras dispuestas al trazo, como las hojas en blanco que rellenaba en las incontables cartas que escribía a sus familiares en ultramar. Siempre la conocí hogareña, pegada a lo suyo, resolutiva e inamovible. Lo intentamos cuando ya era mayor pero, en otros tiempos, ¿le habría gustado viajar? Es difícil saber algo así cuando una persona ha centrado tanto su modo de vida en llevar adelante a una familia.
Venimos al mundo a sufrir, decía, existencialista ella, con plena conciencia. Por eso era la que más se dejaba la vida por los suyos, contra viento y marea. Nunca pidas, nunca debas, nunca a nadie le hagas mal, siempre mira y siempre calla y las gracias me darás, decía.
Fue una de las personas que me enseñaron a leer y a admirar los libros; proverbial, tenaz, desvivida por sus nietos: el amor  por los libros sigue presente entre nosotros, los fiyolos de Oliva serán eternos en manos de los que quedamos. La muerte de una abuela es la caída de un monumento, el fin de una institución, el vacío de un símbolo.

Publicado en El Comercio

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