En la caja de la
piscina aparece coloreado un sector de la esfera de un reloj marcando
veinte minutos, el tiempo estimado para armarla: eso exige una tarde
de verano, un buen surtido de herramientas, una caja de sidra o
cervezas y un par de amigos con tiempo que perder. Lo que sea para
darles la sorpresa a los chavales.
La
tarde comienza seleccionando unas lecturas para ese tiempo libre que
parece exigido tener en verano: Vila-Matas, Juan Madrid, Don Winslow
y esa nueva antología de poesía española actual que se atreve a
contar con gallegos, catalanes, vascos y asturianos poetas que
escriben en castellano. Pero antes de poder leer con calma ya están
los inquietos colaboradores desarmando la caja y tirando las
instrucciones lo más lejos posible. Primero hay que igualar la
superficie, quitar piedras y hierbajos secos, potenciales
perforadores de nuestro recipiente, y abrevar de vez en cuando, que
aprieta el calor y la labor es minuciosa. Grandes piezas de plástico,
tubos, juntas, cordones... Los chicos abren su mejor sobre
de
montaplex
en años, la tarde aún es larga y es posible ir a por otra caja de
bebida.

Tres tipo de alta
capacidad intelectual han sido capaces de armar una piscina
desmontable en apenas dos horas. Aprecian los materiales y los
ensamblajes, consideran una demanda por publicidad engañosa (aunque
seguro que un equipo de trabajadores orientales del país fabricante
sería capaz de plantearse los 20 minutos sugeridos en la caja como
un récord a batir).

Publicado en El Comercio