¿De qué habla en
el ascensor el hombre del tiempo? ¿Se sentirá obligado a decir algo para evadir
responsabilidades? ¿Será capaz de guardar silencio a la espera de compañeros de
viaje comprensibles? Pobre meteorólogo famoso en el ascensor, cualquier
televisivo personaje en ropa interior estaría
más a salvo. Imaginen la tensión del silencio, la mirada inquieta de esa
señora que –no lo puede evitar– acabará haciendo referencia a la situación
atmosférica (vaya cómo está el tiempo, a este paso juntamos invierno con
verano, etc), quién sabe si de forma consciente o por puro candor, pondrá en
tela de juicio sus responsabilidades, su capacidad de predicción, oh entrañable
señor del tiempo, siempre a merced de los vientos. No se ofenda, no tiemble, no
odie a los compañeros de ascensor. En la educación mundana del niño se daba a
entender que el silencio excesivo era indecoroso, lo más sensato es rellenar
los vacíos con lugares comunes. William Faulkner hizo una pequeña reflexión al
respecto en su relato Ninfolepsia: El hombre puede falsificarlo todo salvo
el silencio. Y en aquel silencio encontró el miedo.

Tal vez el hombre del tiempo no diga
nada –lo que podrán interpretar como un rasgo de vanidad–, o responda de forma
desmesurada –convirtiéndose en un desequilibrado más–, o simplemente busque la
frase hecha que sirva para el caso. Carraspea,
pulsa el botón.
Publicado en El Comercio
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