
Un cerebro
adiestrado siempre acabará imponiéndose a un intelecto formidable. Este es un
principio policial que seguramente aparecerá redactado de otra manera en los
manuales. Porque la gran preocupación de las fuerzas del orden no son esos
criminales de inteligencia superdotada que salen en las películas, son personas
que conocen bien el sistema legal, sus recovecos y rincones de sombra. Por
ejemplo: nosotros.
Como buenos españoles actuales
bregados en la batalla del disfrute del estado del bienestar, si tenemos
oportunidad de no pagar impuestos lo hacemos, véase el diálogo de evasión
habitual a la hora de pagar una reparación: mejor para ti que me haces un
servicio y para mi que pago un poco menos. En otros países –esos a los que hace
unos años queríamos parecernos– ese tipo de gestión no se contempla. Más aún,
no pagar los impuestos correspondientes, aparte de ser un delito aquí y allí,
se consideraría chocante, fuera de lugar, inexplicable el hecho de que
pretendas no aportar al estado lo que corresponde, puesto que es una aportación
que repercutirá en todos; como si pretendieras tener que esperar para una
operación o que tus hijos no fueran bien atendidos en el colegio.
Otro singular dato sobre nuestras
costumbres: escaquearse en el trabajo se considera un triunfo personal, un
éxito (léase esto como generalidad; es bien sabido que hay gente seria, pero el
principio inactivo vale para muchos). Siguiendo el mismo principio,
nuestro porcentaje de bajas es incomparable con el de estos lugares donde
resulta vergonzosa una actitud que no aspire al mejor rendimiento en el
trabajo. Recuerdo aquella empresa islandesa en la que trabajaba una amiga mía,
llegó un momento en que les pareció extraño que tanta gente coincidiera enferma
sábados, domingos y lunes. Cuando comprendieron la razón no fueron capaces de
atajar el problema, acabaron yéndose de España.
Esa es la idiosincrasia española,
seremos pícaros hasta hundirnos. Eso sí, lo dirán todos los que vienen aquí de
visita, para tomar unos vinos de buena calidad y comer unas tapas no tenemos
parangón.
Publicado en El Comercio
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