Hace unos años, el lector de superventas que entraba en los lavabos de un bar y se encontraba la puerta cerrada sabía que detrás se escondía un cátaro o un templario, como mínimo un masón realizando oscuros rituales; los libros más vendidos ya habían descubierto todos sus secretos, por mucho que el oscuro individuo saliera luego al son de la cisterna con cara de alivio y ligera embriaguez.
Últimamente, los hombros de cualquier habitante de las playas estaban bien desarrollados después de acarrear cualquiera de los tres libros que conforman un éxito editorial que sigue imponiéndose: Millenium, la trilogía del escritor sueco Stieg Larsson.
Celebro que los gustos hayan cambiado. Aquellas novelas de códigos ocultos y conspiraciones mundiales por doquier albergaban situaciones tan verosímiles y bien documentadas como esa en la que un discreto personaje —gigante albino con traje de monje que pasaba totalmente desapercibido por los centros comerciales— se escapaba de una prisión de alta seguridad ¡de Andorra! (ya saben ese principado tan bien conocido por sus penitenciarías).
Las de Larsson son novelas negras actuales con tramas muy trabajadas y personajes construidos con virtuosismo de fumador empedernido. No sé si la cabeza de Larsson engendró antes a Lisbeth Salander o todo lo demás, pero sin duda esa heroína atípica devora al resto de caracteres. En realidad Lisbeth es una Pippi Calzaslargas adulta.
En los libros de los años setenta el personaje de Astrid Lindgren que popularizó la tele se llamaba Pippa, (por cierto, otro título de esta autora es El detective Blomquist, ¿les suena de algo?). Siguiendo con obvios suecos, es imprescindible mencionar a Henning Mankell y su Wallander y recordar a Lars Gustafsson (El tercer enroque de Bernard Foy, por ejemplo).
Stieg Larsson murió porque no funcionaba el ascensor, cuando subía las escaleras su corazón de fumador recalcitrante no pudo aguantar, se paró antes de llegar al piso superior, donde la fama internacional abrió la puerta ya tarde para él, a tiempo para los lectores.
Publicado en El Comercio