Viendo vídeos musicales desde lo más profundo del sofá azul uno de estas noches de lluvia interminable me pregunto. ¿Quiénes son los tipos que mantienen sobre sus hombros a las chicas que gritan extasiadas en los conciertos? ¿En algún momento piensan los cantantes protagonistas en esos esforzados porteadores —anónimos, invisibles, olvidados— cuando ven sobresalir entre el público a esas torerillas chillonas?
¿Siguen en la brecha todos esos fans que gritaban entregados a la entrada del concierto tan jóvenes, variopintos y llenos de energía para disfrutar del momento más glorioso como si fuera interminable? ¿Siguieron creyendo que la vida les iba en ello al oír las canciones de su grupo preferido cuando crecieron, o maduraron, o se encontraron de pronto sin tiempo para los placeres propios?
¿Podían imaginar los seguidores que se dejaban los codos en el borde del escenario de los Dixie’s Midnight Runners en 1982 que Come on Eileen sería su único éxito? ¿Siguen tarareando en la ducha Hey Jude los sexagenarios que coreaban a los Beatles entusiasmados en la grabación de 1968 o se miran en el vídeo y se preguntan qué fue de aquel joven que tenía toda la vida por delante y acabó así? ¿Tienen un maravilloso recuerdo o lloran de rabia?
Cuando mi calvo amigo heavy detiene la proyección de una vieja actuación de Rosendo para levantarse y señalar un punto de la pantalla afirmando: esa melena era mía, ¿lo hace con sana ironía, sin pelos en la lengua o por pura verbalización terapéutica?
¿Les gustaría a ustedes que apareciera un primer plano de su cara en un vídeo musical para que todo el mundo pudiera verles asociados al fenómeno? ¿O ahora se arrepienten de aquel error de juventud?
¿Creen ustedes que lo que plantean estas líneas es si nuestra intimidad es vulnerada por el hecho de formar parte de un vídeo musical al acudir a un acto público? ¿No parece más certero pensar que es el paso del tiempo con todos sus recovecos, sus extrañas huellas olvidadas pero imborrables, el tema que debería inquietarles al acabar esta breve lectura?
Publicado en El Comercio