miércoles, 15 de febrero de 2012

ARRIESGADA FAMA


El poeta entró en la consulta, desplazó la silla negra y se sentó. Era incapaz de borrar de su cerebro el filo del bisturí cortando su piel insensible (desgarrada brutalmente en silencio anestesiado, apuntó mentalmente para su cuaderno). Apenas podía ver una bata blanca desde la que se asomaba un rostro indistinguible, borroso de pura asepsia (apuntó de nuevo), pero capaz de articular  sonidos inteligibles.
            Si no le importa vamos a rellenar unos datos, dijo el cirujano tecleando en el ordenador (cómo no, todo debía ser kafkiano: protocolos y burocracia para rellenar preciosas hojas en blanco y excusar grises trabajos de funcionarios sin nombre hasta dejarse morir ante la vida posible...; al final este pánico cerval le serviría para unos cuantos poemas).
            Los apellidos son... ¿García Calandro? Sí. Se detuvo el médico un momento y acabó por dejar de lado la pantalla y encararse al paciente. Pero entonces, usted es Guillermo Calandro, el poeta.
            De pronto el bisturí se convirtió en goma de borrar y los espinosos alambres que se tensaban aprisionando al poeta se fundieron en crema brillante, cálida y olorosa. El rostro del doctor adquirió rasgos personales: barba profusa, pobladas cejas arqueadas para completar la sonrisa bajo el mostacho...
            Cómo eran aquellos versos, intentaba evocar el galeno, Por la senda nueva de tu mirada, bajo los astros dormidos de Orión...
            El poeta, en su parte más racional, estaba convencido de que su obra era completamente desconocida para el público mayoritario. Los cuatro libros publicados en veinte años habían sido comprados por familiares, amigos y conocidos, y algún que otro compañero de la hermandad literaria donde se reconocían unos a otros. La poesía no era para las masas. Encontrarse con un admirador completamente desconocido en semejantes circunstancias desmelenaba su amor propio, le devolvía las fuerzas y la seguridad ante aquella bata blanca.
            ¿Y cómo es que sabe de memoria...?
            Fueron los que usó el cabrón que me quitó a la novia haciéndose el romántico.
            Volvía el bisturí más afilado que nunca, tembloroso de ira.

Publicado en El Comercio

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