miércoles, 25 de mayo de 2011

DESPERDICIOS


Un día hojeas el periódico de la forma más indolente, dispuesto a leer cualquier noticia que te permita pasar el rato de espera, encontrar algún desperdicio que sea motivo suficiente para algún relato, no es necesaria una noticia completa, basta una frase, un pie de foto, cualquier cosa. Pero a veces los titulares ya son en sí mismos auténticos minicuentos.
El Fary desmiente haber tenido un affair con Ava Gardner, leí hace unos años. No me digan que eso no es grandeza. Quién no hubiese querido tener cualquier cosa con el animal más bello del mundo, como apodaron en su momento a la bella Ava. No tenía ni idea de que se le atribuyese semejante fortuna al cantante admirado por Torrente (un personaje que protagonizó la película más vista del cine español, al menos en su momento), pero la demostración de clase es la negación. Cuando vemos cómo se gana los garbanzos hoy en día toda esa banda de famosos de tercera generación explicando cómo fueron sus relaciones con este o la otra, que un tipo rechace semejante oportunidad para acudir a los platós y sacarse unos cuartos demuestra que Torrente tenía razón, qué grande era el Fary.
Estás viendo un partido del Barsa y de repente sueltan que Carles Puyol ha presentado su nuevo reloj, no que anuncie una marca sino que diseña relojes, dicen. Falto de imaginación, no soy capaz de ver a este imprescindible central melenudo en semejantes labores. No llega al mito del boxeador poeta, pero me tiene un poco sobrecogido.
Luego lees que un importante empresario alemán consagró su vida a las plantaciones tabaqueras, y es cuando de verdad hierve la sangre. Porque uno puede consagrar su vida a la medicina, dejándose la piel para librar de la enfermedad a cualquier comunidad mundial que lo necesite; o a la educación, desarrollando toda una vida docente para que todos tengan una formación decente; o a la poesía, dispuesto a morir para que las palabras mejor escogidas lleguen al otro extremo del mundo.
Aunque puede ser utilizable como presentación de un personaje con tintes cómicos: Jacinto consagró su vida a las infusiones cafeteras a pesar de sus ojos azules...

Publicado en El Comercio

miércoles, 18 de mayo de 2011

BOSTEZO


Se sentó al borde de la cama, sintió el frío. Abrió la boca y no pudo evitar coger un poco más de aire, entonces sí que empezó a abrir las fauces de verdad. Los sonidos se fueron apagando mientras las mandíbulas se separaban; sintió cómo se tensaban todos los músculos y tendones de su cara, la boca se llenaba de saliva, los ojos se cerraban ajenos a su voluntad dejando escapar lágrimas sin añoranza de la cama probablemente tibia y posiblemente caliente. No fue consciente de levantar los brazos y extenderlos a uno y otro lado todo cuanto le era posible, con los puños bien apretados.
         Decidió ampliar el bostezo un poco más y siguió abriendo la boca hasta sentir que su barbilla hacía tope en el pecho. Luego siguió hacia arriba, monstruosamente: sus dientes se separaban y el paladar se extendía sin dolor hacia atrás; la carne cálida y salivada se desplazaba sobre su rostro, recorría su cabeza; sintió un cosquilleo al atravesar su espalda hasta llegar al colchón. Por delante, el labio inferior tembloroso ya había llegado al suelo manteniendo su tensión de bostezo. Sintió miedo del regreso porque sabía de los instintos y, al perder concentración, aquel magnífico ejercicio muscular se convirtió en una situación embarazosa.
        Su boca se había cerrado sobre sí misma convirtiéndole en una pelota de carne y mucosa salivada que rodaba por la habitación. Ni siquiera era consciente del aspecto que podrían tener su lengua y sus dientes, probablemente grotesco. ¿Qué ocurriría si entraba alguien de su familia?
    Afortunadamente había extendido los brazos fuera de la bola que había formado su propia boca, consiguió detenerse en un rincón de la habitación. Intentó abrirse, pero era imposible luchar contra sus propios tendones. Necesitaba otro bostezo, una hazaña imposible para alguien dominado por el pánico.
              Consiguió cerrar la puerta y, acomodado en un rincón, procuró ensimismarse con pensamientos aburridos. Pero estaba demasiado inquieto, sólo podía pensar en círculos.
Finalmente se durmió. 
Y al despertar, bostezó.

Publicado en El Comercio
 

miércoles, 11 de mayo de 2011

VÍDEOS

Viendo vídeos musicales desde lo más profundo del sofá azul uno de estas noches de lluvia interminable me pregunto. ¿Quiénes son los tipos que mantienen sobre sus hombros a las chicas que gritan extasiadas en los conciertos? ¿En algún momento piensan los cantantes protagonistas en esos esforzados porteadores —anónimos, invisibles, olvidados— cuando ven sobresalir entre el público a esas torerillas chillonas?
¿Siguen en la brecha todos esos fans que gritaban entregados a la entrada del concierto tan jóvenes, variopintos y llenos de energía para disfrutar del momento más glorioso como si fuera interminable? ¿Siguieron creyendo que la vida les iba en ello al oír las canciones de su grupo preferido cuando crecieron, o maduraron, o se encontraron de pronto sin tiempo para los placeres propios?
¿Podían imaginar los seguidores que se dejaban los codos en el borde del escenario de los Dixie’s Midnight Runners en 1982 que Come on Eileen sería su único éxito? ¿Siguen tarareando en la ducha Hey Jude los sexagenarios que coreaban a los Beatles entusiasmados en la grabación de 1968 o se miran en el vídeo y se preguntan qué fue de aquel joven que tenía toda la vida por delante y acabó así? ¿Tienen un maravilloso recuerdo o lloran de rabia?
Cuando mi calvo amigo heavy detiene la proyección de una vieja actuación de Rosendo para levantarse y señalar un punto de la pantalla afirmando: esa melena era mía, ¿lo hace con sana ironía, sin pelos en la lengua o por pura verbalización terapéutica?
¿Les gustaría a ustedes que apareciera un primer plano de su cara en un vídeo musical para que todo el mundo pudiera verles asociados al fenómeno? ¿O ahora se arrepienten de aquel error de juventud?
¿Creen ustedes que lo que plantean estas líneas es si nuestra intimidad es vulnerada por el hecho de formar parte de un vídeo musical  al acudir a un acto público? ¿No parece más certero pensar que es el paso del tiempo con todos sus recovecos, sus extrañas huellas olvidadas pero imborrables, el tema que debería inquietarles al acabar esta breve lectura?

Publicado en El Comercio

miércoles, 4 de mayo de 2011

ANÓNIMO SINGULAR


En la gran ciudad todos acabamos siendo anónimos singulares. Las apariencias y los comportamientos más estrambóticos pasan con normalidad a nuestro lado sin que apenas echemos una ojeada al colorido. Me refiero a la ciudad enorme, absolutamente cosmopolita, inabarcable para los sentidos. Es inevitable sentirse pequeño, falto de tiempo, al borde de un ser vivo ridículo cuya único motor es la observación. Entre las miles de personas que caminan por la quinta avenida o se hacen fotos ante el escaparate de una tienda de joyas que nunca podrán asaltar, no tiene la menor importancia que te tropieces con un señor que pasea tranquilamente en bata y zapatillas a diez grados bajo cero, y apenas merece un comentario de medio lado esa señora que ha venido a cenar al restaurante-barbacoa con su mejor abrigo de visón y no se lo ha quitado en ningún momento. Eso no son más que simplezas.
Disfrutando un poco más de este maravilloso laboratorio para el estudio de conductas humanas en sociedad, entramos en una monumental tienda de lencería. En el vestíbulo hay una veintena de hombres sentados en el suelo recostando sus doloridos lomos contra la pared con expresiones que van del aburrimiento al enfado, pasando por los que simplemente dormitan o esperan jugueteando con sus móviles, reproductores multimedia o lo que sea. Hace unos años me dijeron que, como media, los hombres soportan 50 minutos acompañando a las mujeres a mirar y comprar ropa. No me creo mucho esos estudios sobre los distintos comportamientos por razón de sexo, pero contemplando a estos muchachos de caras largas me pregunto cuánto tardaré en venir a dejar mis posaderas sobre esta mullida moqueta. Bien pensado, debería hacer como ese que llega ahora y saluda alegremente a su mujer cargada de bolsas. Ella está radiante de felicidad consumista y él ligeramente achispado. Juraría que es el mismo tipo que antes estaba cantando una clásica tonada irlandesa en el bar donde entramos a tomar una cerveza. Cariño, oye, le digo, ¿y si nos dividimos? Pero ella ya se ha lanzado a las rebajas.

Publicado en El Comercio