Vamos a lanzar
la bomba porque somos muy terroristas y además no estamos en montañas lejanas
ni en desiertos remotos, estamos dentro del bar de la esquina y fumando, somos
iconoclastas ácratas nihilistas, queremos la República, software libre y matar
al presidente, quemar pozos petrolíferos, encargar muebles a un ebanista y no
armarlos en casa con una llave Allen... Todo lo que se le ocurra que pueda ir
contra el sistema.
¿Ha leído hasta aquí? Pues ya puede
empezar a preocuparse, lector o lectora, porque es partícipe de una
conspiración. Así como se lo cuento. Valore este diario que tiene en sus manos
porque usted ha sido cómplice y compañero de su lectura. En cuanto uno escribe
matar al presidente, terrorismo, bomba y cosas así, la Agencia Nacional de
Seguridad de los USA controla los mensajes, allí y aquí. Si usted está leyendo
esto más vale que mire a su espalda a ver si un agente del FBI le está haciendo
una fotografía mientras... lo que sea que esté haciendo.
En este barrio también tenemos un
gran hermano vigilante con su ojo que todo lo ve, aunque entre las palabras
clave ya se han añadido esas expresiones típicas de los delincuentes más
peligrosos: ¿cómo va lo mío?, ¿hacemos un arreglo?.
Mentira, dirá usted, bobadas,
inventos de las películas. Esa pesadilla imaginada por George Orwell para 1984
es pura ciencia ficción.
Vean el siguiente testimonio y
extraigan sus conclusiones.
Durante mi primera visita a Nueva
York entré en los USA como todo el mundo: semidesnudo, descalzo y muerto de
frío mientras pasaba por el detector de metales. Me pareció tentador comenzar y
acabar mis conversaciones telefónicas diciendo “voy a poner una bomba y voy a
matar al presidente”, quería comprobar qué había de cierto en el mito. Nunca
pasó nada. A la vuelta simplemente me
metieron en una habitación donde había un par de hombres con traje y una señora
policía, me hicieron un montón de preguntas disparatadas, me quitaron de la
maleta los botellines de la salsa Paul Newman para tortitas y me mandaron al
avión. Al menos no tuve que descalzarme ni desvestirme.
Publicado en El Comercio