El reencuentro con los que han ido de vacaciones y vuelven con algo que contar da siempre para un rato ameno, sobre todo si el viajero es además un encantador de serpientes como Raimundo Caracol, capaz de disertar sobre la distinción entre espaguetis y tallarines durante horas divirtiendo al personal. Cualquier cosa puede ocurrir cuando dejan suelto en otro país a un humanista de su tamaño, lo que no imaginábamos es que llegara a tener tanta repercusión en los medios su dificultad para encontrar dónde comer (la integridad de cuantas personas y objetos se hallen cerca del señor Caracol hambriento corren grave peligro si no hay viandas en perspectiva); así fue como provocó aquel conflicto que un par de expresidentes del Gobierno intentaron resolver al más puro estilo John Wayne (y si hay que dar un par de galletas no pasa nada).
Todo había ido bien en el país musulmán hasta que llegó el Ramadán y se complicaron las cosas.
¿Te puedes creer, dice Raimundo aún ofendido, que no se puede comer nada en todo el día, desde el alba hasta que se pone el sol?
Es parte de su religión.
¿Religión? Y qué diferencia hay entre eso y entrar al campo o salir de la cama sólo con el pie derecho, o llevar un imán o un ajo en el bolsillo para atraer la buena suerte y rechazar la mala, o no cortarse las uñas en días con R para evitar dolores de muelas, cortarse el pelo en menguante para que no caiga, no corregir la novela hasta después de la eliminatoria porque traerá la desgracia, tirar monedas a pozos de los deseos, llevar algo rojo, algo de oro y comer lentejas en Nochevieja...
Eso son supersticiones...
Y ponerle velas a un muñeco para que no llueva, no comer carne los viernes o llamar por teléfono los sábados, no beber alcohol (Dios nos asista), ni comer cerdo o vaca, o cordero que no haya sido tratado con no sé qué rituales, comer una galleta con vino para encontrarse mejor... ¿Eso no es superstición?
¿No respetas ninguna creencia religiosa?
Por supuesto, todas. Lo que quiero es que respeten la mía.
¿Y cuál es la tuya?
Otra cerveza, por favor. ¿Tú quieres otra?
Publicado en El Comercio