miércoles, 8 de junio de 2011

YO MÁS


Cuando me ingresaron en el hospital para una intervención quirúrgica programada creía que mis propios miedos a la anestesia general ya serían suficiente tortura, no sabía que el azar también juega sus cartas a la hora de repartir compañeros de habitación.
Acabados los desayunos —nada para mí porque en unas horas me llevarían al quirófano—, allí estaba yo rumiando la posibilidad de quedarme dormido para siempre mientras los otros dos se acercaban a la ventana y empezaban a hablar del tiempo. Pronto se aburrieron del tema meteorológico y la conversación fue derivando hacia temas más personales.
Al final, dice uno, tuve que ir a un componedor de huesos para que me colocara la rodilla en su sitio, eso sí que es dolor; pero ahora mira, mira cómo doblo.
Eso no es nada, yo caí encima de unos hierros y uno me desgarró el muslo, tuvieron que ponerme catorce puntos, mira, dice bajándose el pijama y mostrando una cicatriz en la parte posterior del muslo.
Y a mí diecisiete en este brazo después de un accidente, responde el otro soltando la bata y levantando la manga.
Pero es que por delante me pusieron otros doce, le responde bajándose el pantalón y enseñando triunfador la cicatriz delantera del muslamen.
Era una de esas diatribas verbales que forman parte del interminable apartado: Pues yo más; en la jugosa sección: ¿Qué me vas a contar que yo no sepa?
Pues a mí, de aquella, ya me operaron de anginas, sin anestesia ni nada, entonces era todo a lo bestia. Te amarraban a una silla y te ponían unos hierros para sujetar la boca abierta mientras cortaban. Luego no hacía más que escupir sangre.
¿Ves este ojo?, pues mira. Y al momento lo mostraba orgulloso en su mano. Espero que fuera de cristal.
Pues yo tuve que apartarme de la luz blanca, ¿sabes lo que te digo?
Qué me vas a contar si estuve muerto durante más de cuatro minutos...
Cuando llegó mi momento para pasar al quirófano, los enfermeros encontraron la camilla vacía y distinguieron a un hombre que se alejaba corriendo por el pasillo mostrando las posaderas por la humillante abertura de una de esas batas delantal.

Publicado en El Comercio

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