miércoles, 15 de junio de 2011

MOCOS


Me pica la nariz, me cuesta respirar, la cara embotada y un continuo escozor en los ojos sobre todo cuando miro a la luz, sea el sol o una bombilla, estornudo cada poco y tengo fiebre, no muy alta, pero estoy cansado... Vale, usted tiene catarro; es un virus así que sólo podemos esperar a que su cuerpo cree las defensas adecuadas, aumentaremos el volumen de sangre tomando mucho líquido y trataremos de evitar los síntomas con algo para quitar la fiebre y los mocos.
          Y qué pasa si yo soy como ese señor al que me dio por mirar cuando estaba parado en un semáforo. Estaba en su coche y se hurgaba la nariz con todo entusiasmo. No es que se sonara los mocos, no parecía acatarrado, más bien parecía buscar algún metal precioso al fondo de sus fosas nasales con aquel movimiento circular que profundizaba lo justo para extraer algo que contemplaba y parecía no satisfacerle. No, creo que más bien estaba pescando, después del segundo intento se le vio una mueca de satisfacción, parecía haber pescado algo en uno de sus pozos, y todavía le quedaba el otro. Lo estudiaba con mirada de científico consumado unos momentos antes de hacer catapulta con su pulgar y lanzarlo por la ventanilla. Ah, se olvidaba que no estaba bajada. Da igual, mejor mirar en el espejo esas ojeras, esas entradas. Es que el coche es una habitación más de la casa. Aún no entiendo cómo los ingenieros no han diseñado los compartimentos adecuados para la bata y las zapatillas.
           Bien pensado, tiene usted razón, doctora, mejor quitarse de tanto pañuelo, los mocos son una lata, y no me refiero a una conserva de alimentos aunque haya tantos con esa afición (hago gesto con las dos manos acercando el pulgar a los demás dedos juntos todos hacia arriba mientras pienso “muchos”, descubro restos de chocolate en una uña).
           Como aquel compañero de estudios que sacó su pañuelo del más tierno algodón y se sonó los mocos de tal manera que la trompeta de Louis Armstrong parecía el vuelo de una abeja y, cuando todos miramos con los ojos desorbitados ante el estruendo, mostró el contenido de su pañuelo sonriente mientras invitaba: ¿un pinchín?

Publicado en El Comercio

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