Mientras piensas
en la ficción que vas a elaborar en cuanto llegues a casa puedes deambular
ausente por la calles o flotar por los pasillos sin ver a nadie al final, los
problemas reales están muy lejos de esta burbuja maravillosa. Todo tu cuerpo
está concentrado en ese proceso: el
desarrollo de la idea, palabras escogidas con precisión, imágenes poderosas o
sutiles; cómo disponerlo todo de la manera más adecuada; qué peso ha de tener
esto o lo otro; cómo expresar esa idea sin que llegue a explotar hasta el
momento adecuado; tono, estructura, trama, punto de vista... Qué fantástico
este recipiente para huir del mundo y zambullirse en el proceso creativo: una
pecera donde existen límites pero apenas se distinguen, por ser esféricos
-circulares, de alguna manera infinitos- y transparentes, lentes entre la
ficción verosímil que estás creando y la realidad omnipresente pero borrosa,
cercana pero impalpable. Te sientes a salvo, inconsciente de las miradas ajenas
que te ven con toda claridad.
Para poder dedicar una atención
plena a ese proceso creativo es necesario que todo lo demás sea accesorio. Tal
vez seas un afortunado como Marcel Proust o Lope de Vega -ya en sus tiempos de
gloria- y no haya nada que perturbe tu burbuja mientras escribes durante horas
y horas. Sólo aparecerán los sirvientes adecuados cuando tengas alguna
necesidad o deseo que satisfacer. Aunque la mayoría de los que exigen esa
propia bola se mueven en un término medio.
Casi todos los grandes tuvieron que
compartir su globo creador con ciertas urgencias vitales: las deudas de
Cervantes, el coche empeñado de García Márquez, Carver escribiendo relatos
breves en el coche por no tener tiempo para más, los vasos de ron de Poe, la
sexualidad de Oscar Wilde o Gil de Biedma, las desgracias familiares de Mark
Twain... Amélie Nothomb devolvió la pelota al enemigo: utilizó los problemas de
su trabajo como base para una magnífica novela (Estupor y temblores).
Casos extremos de esta necesidad de
la ficción nos llevan a la enajenación mental y la escafandra perpetua. Eso sí
que es estar a tu bola.
Publicado en El Comercio
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