miércoles, 19 de septiembre de 2012

A SU BOLA


Mientras piensas en la ficción que vas a elaborar en cuanto llegues a casa puedes deambular ausente por la calles o flotar por los pasillos sin ver a nadie al final, los problemas reales están muy lejos de esta burbuja maravillosa. Todo tu cuerpo está concentrado en ese  proceso: el desarrollo de la idea, palabras escogidas con precisión, imágenes poderosas o sutiles; cómo disponerlo todo de la manera más adecuada; qué peso ha de tener esto o lo otro; cómo expresar esa idea sin que llegue a explotar hasta el momento adecuado; tono, estructura, trama, punto de vista... Qué fantástico este recipiente para huir del mundo y zambullirse en el proceso creativo: una pecera donde existen límites pero apenas se distinguen, por ser esféricos -circulares, de alguna manera infinitos- y transparentes, lentes entre la ficción verosímil que estás creando y la realidad omnipresente pero borrosa, cercana pero impalpable. Te sientes a salvo, inconsciente de las miradas ajenas que te ven con toda claridad.
            Para poder dedicar una atención plena a ese proceso creativo es necesario que todo lo demás sea accesorio. Tal vez seas un afortunado como Marcel Proust o Lope de Vega -ya en sus tiempos de gloria- y no haya nada que perturbe tu burbuja mientras escribes durante horas y horas. Sólo aparecerán los sirvientes adecuados cuando tengas alguna necesidad o deseo que satisfacer. Aunque la mayoría de los que exigen esa propia bola se mueven en un término medio.
            Casi todos los grandes tuvieron que compartir su globo creador con ciertas urgencias vitales: las deudas de Cervantes, el coche empeñado de García Márquez, Carver escribiendo relatos breves en el coche por no tener tiempo para más, los vasos de ron de Poe, la sexualidad de Oscar Wilde o Gil de Biedma, las desgracias familiares de Mark Twain... Amélie Nothomb devolvió la pelota al enemigo: utilizó los problemas de su trabajo como base para una magnífica novela (Estupor y temblores).
            Casos extremos de esta necesidad de la ficción nos llevan a la enajenación mental y la escafandra perpetua. Eso sí que es estar a tu bola.

Publicado en  El Comercio

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