Aprovechemos que la
educación infantil aún sigue siendo pública para algo más que
poder ir a trabajar y seguir consumiendo. La educación de niños tan
pequeños, aparte de ser extremadamente compleja y trabajosa, también
da para curiosas anécdotas.
Un vocinglero
infante de 3 años entró en el aula gritando: alguien ha hecho caca
en el baño. Esto no debería ser noticia, pero cuando el pequeño
señala atrás y exige atención es que algo va mal. La maestra deja
a sus pequeños descubriendo el color rojo con sus botes de pintura
de dedos y el folio en blanco que tienen enfrente. La mecánica ha
quedado clara: dedo-bote-folio.
En el baño hay un
niño con cara enfadada y actitud de culpa. El baño tiene cuatro
pequeñas tazas de váter a un lado y cuatro urinarios de pie
enfrente. Una ojeada del niño culpable bajo las cejas enfurecidas
conduce a la maestra al sitio adecuado: un excremento de gran tamaño
reposa sobre el segundo urinario.
Pero ¿por qué has
hecho eso?, pregunta la maestra.
El niño señala las
tazas de váter y dice: mi mamá me dijo que eso era para las niñas
y esos para los niños ¡y yo soy un niño!
La maestra explica
al niño en qué momentos se debe usar el urinario o la taza, pero
antes de acabar su explicación oye alarmada un gran jaleo en la
clase. Cuando vuelve descubre que la mecánica no ha funcionado y la
pintura de dedos roja está tiñendo las cabezas de niños y niñas
de toda condición mientras gritan ¡yo soy español, español,
español!
Antes de hacer lo
posible por solucionar la situación la maestra recuerda aquella
frase de Herman Melville: existen empresas en las cuales el
verdadero método lo constituyen un cierto y cuidadoso desorden.
Aquí te quisiera ver yo, capitán Ahab, dice mientras cuenta hasta
tres.
Ahora bien,
pongámonos alegóricos. ¿Es culpable el niño, equilibrista de
puntillas? ¿Su madre, por no explicarse con claridad? ¿La maestra,
por no definir la función de los recursos? ¿Quien haya decidido
instalar tazas y urinarios?
No hay culpables
certeros, pero sí algo indudable: alguien tiene que limpiar la caca
para que todo siga funcionando.
Publicado en El Comercio
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