“De todas las cosas difíciles de aguantar, quizá la más difícil sea que tus vecinos te rehuyan y te dejen en desdeñosa soledad”, decía Mark Twain en El forastero misterioso. Por otro lado, Francisco Umbral utilizaba la expresión “más solo que un escritor” y Haruki Murakami dice que escribe por la misma razón que corre, “para poder encontrar la soledad”.
Tal vez no por el rechazo de sus vecinos, más bien como el fruto de una deliberación personal, el escritor se queda solo. Pero no está vacío, le acompañan ideas y palabras, un mundo lleno, probablemente un universo creado personalmente.
Se quedaron John Updike, Antonio Pereira, Antonio Vega o Mario Benedetti, se quedaron solos para dejarnos palabras.
Dejó de fumar John Updike, precursor de Cheever y Carver, heredero de Dos Passos y Hemingway, minucioso destripador del aparente bienestar de la clase media (norteamericana, mundial). Lo más conocido es el ciclo de novelas protagonizadas por Harry Conejo Angstrom, pero no pierdan la oportunidad de reírse con sus relatos de Henry Bech.
Antonio Pereira seguirá contando sus cuentos dondequiera que esté, probablemente al calor de un magosto con aires bercianos en la cocina vieja del Olimpo. También nosotros cogeremos un puñado de castañas —o fresas, o cacahuetes— y seguiremos repasando, comodones en la gloria, su Recuento de invenciones.
La tristeza en el bolsillo y / la careta de cartón, cantaba Antonio Vega en “Antes de que salga el sol”, lo hacía 30 años antes de que su gesto y su voz se volvieran realmente cartón, humo, polvo, sombra, nada. Pero, si Elvis está vivo y Lope resucita cada vez que un escenario alberga sus obras teatrales, sólo tenemos que poner la radio o cantar en la ducha para resucitar al chico de ayer, triste, solitario y final.
Mario Benedetti escribió poemas y novelas, pero sin duda son sus relatos los que le han hecho universal, imprescindible, inmortal narrador. Se ha escrito mucho sobre él estos días: lean, aprendan de la persona que era, pero sobre todo corran a la biblioteca, a la librería, a la estantería, a la mesita, cojan sus libros de cuentos y denle vida.
No estamos solos.
Publicado en El Comercio
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