Entre las películas basadas en Drácula, la novela de Bram Stoker, Nosferatu de Murnau es la más perturbadora y la de Coppola de los noventa, la más espectacular. La más conocida en su momento fue la versión americana con Bela Lugosi de los años treinta. En los cincuenta la productora inglesa Hammer se dedicó a imitar la imitación de la obra de Stoker con medios técnicos y humanos eficaces. Fueron nuevos clásicos. En los setenta, Jess Franco y compañía imitaron la imitación de la Hammer que imitaba la imitación del irlandés autor de La joya de las siete esferas. Mujeres bellas, guiones más increíbles que el vampirismo, tomate frito Orlando, pero una intención de cine en serio que hacía gracia por su atrevimiento (y por las chicas, claro). La imitación es una forma de evolución. Y tal vez toda forma de arte sea una copia o imitación de la realidad sensible, como decía Platón, pero ahora hay imitadores del imitador de la imitación de la imitación, aflojando tanto la tontería que ni siquiera tienen un momento de chispa los engendros, la gracia, que es lo único que se les puede pedir a objetos semejantes.
Estos caminos de la recreación no siempre degeneran de mala manera. Sigan esta línea de influencias: Poe, Conan Doyle, Hammett, Chandler, Ellroy, Connelly. Es evidente que cada uno de ellos es deudor (al menos) del anterior, pero ¿alguien tiene que buscarle enlaces a Michael Connelly para disfrutar de sus libros?
Otro tipo de degeneración es la de “los famosos de las revistas”. Hace años la prensa del corazón contaba chascarrillos de los cantantes, las actrices, los nobles, los pintores, las escritoras. Pero luego empezaron a airear chismes de los que tenían algo que ver con esos profesionales de algo concreto: los nuevos protagonistas no cantaban, ni actuaban, ni escribían, ni tenían título, eran puramente agregados. En la actualidad, estamos repletos de personajes de tercera generación. Le pregunto a un señor bajito que mira absorto el televisor —como todos en el bar—, quién es aquel que atrae tan singularmente sus miradas, y me lo aclara así: Ese es el que se enrolló con la que llevaba el tinglao de la novia del amante de la segunda novia de Paquirrín.
Aaah, ya, claro. Otra cerveza, por favor. A ver si acabamos de degenerar.
Publicado en El Comercio
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