Contaba Cortázar que en cierta ocasión, caminando por una playa de Méjico, se le acercó un hombre para decirle soy su compatriota, otro exiliado argentino. No, caballero, usted se equivoca, respondió Cortázar, yo soy un argentino exiliado. Parecerá una tontería pero tiene su sentido, póngase a rumiar. O algo así.
La imagen mental que cada uno tiene de sí mismo, el autoconcepto, también tiene sus rasgos, sus arrugas y sus gestos reflejados en las palabras que elegimos y ordenamos para elaborar cada frase. En el fondo de su materia gris, en el espejito más recóndito de su cerebro, ese padre que reprocha no me estudias nada o Alonso no me gana una carrera, puede verse a sí mismo con casco y monoplaza a 300 por hora, recitando con solvencia las lecciones más aborrecibles.
Una forma de afrontar las propias inseguridades es el autoengaño: la pose. Lo curioso de las poses, algo que en la mayoría de los casos provoca extrañeza, vergüenza ajena o rechazo, es que pueden llegar a triunfar, porque el sentido del ridículo es una cuestión cada vez más indiscernible y acabamos por convertir la compasión o el desprecio en un flirteo tentador o una rotunda admiración.
A fines de los setenta, un chaval se fue de vacaciones soñando con La Guerra de las Galaxias y volvió con tupé, vaqueros remangados, camperas y cazadora de ante con flecos. Al lado de este renacido rockabilly Danny Zuko (el personaje interpretado por Travolta en Grease) era un patán. Durante años los que le habíamos conocido en su vida anterior nos tomábamos a broma esa actitud, seguros de que algún día acabaría por ver lo absurdo de aquella impostura. Pero no fue así. A los cuarentaitantos, con una barriga cervecera que sujeta la hebilla de plata del tamaño de una bandeja, un tupé estilo Anasagasti y la Harley aparcada en la acera, comenta, con esa entonación que sigue sonándome impostada a pesar de llevar con ella 30 años, que a veces se siente un poco absurdo pero qué va a hacer ahora, ¿volver a cambiar?
¿Tendré que hacer de muro en su huida hacia delante? ¿De espejo? ¿Descubrirle a otro sus capacidades y limitaciones? Y quién no se siente absurdo. No, caballero, yo soy de la playa un paseante.
Publicado en El Comercio
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