Él siempre hizo obras que reflejaban la actualidad, dice una docente con larga experiencia cuando hablamos de Delibes. También el Lazarillo era una obra de actualidad, respondo entre la empatía y la incitación. Y me pone un ejemplo.
Mira, cuando a en los 70 leías Cinco horas con Mario, no paraban los comentarios: qué mala es ella, qué ambiciosa, cómo puede decirle esas cosas, lo del 600... Ahora lo leemos en clase y no paran de criticar lo egoísta que era él, tan despegado de la familia, tan egocéntrico... Eso engrandece la obra, digo yo, que acepte interpretaciones diversas, que los lectores se metan tanto en el ajo que lleguen a ponerse de parte de una o del otro. Intento ceñirme al libro, su valor inalterable: la valentía del que escribe letra a letra sobre un papel en blanco y lo muestra a otros, la validez de ese acto, esa obra, en todo momento.
Pero ella tiene razón. A los ojos de cualquier jovenzuela, símbolos sexuales de hace 50 años como Marylin Monroe o Anita Ekberg eran unas gordas (no creo que los jovenzuelos opinen lo mismo), las películas españolas del “destape” que en su momento provocaban excitación ahora dan risa, los indios eran los malos de las películas de vaqueros y nadie se preguntaba qué defendían, el héroe fumaba con unos gestos que todo espectador quería imitar... Y ahora sabes que el que fuma es el psicópata, que la voluptuosa es una espía enemiga y, en general, espectadores y lectores disfrutan más cuando las diferencias entre buenos y malos están más claras. Deberíamos pasar por alto siglos de literatura y escribir cuentos cada vez más simples, ponerle una capucha roja al dinosaurio de Monterroso, o un par de frases para dar a entender sus mandíbulas. Cualquier cosa para que el lector deje de pensar en posibilidades.
Lo que pasa con Delibes es que está vivo, dice Lourdes mientras coge los libros para ir a sus clases, en los setenta o ahora los lectores siempre toman partido cuando lo leen.
Hay que rendirse ante la evidencia de Delibes.
Se llena la sala de valor literario mientras todos salimos, la frase sigue y el silencio llega.
Las palabras ya están escritas.
Publicado en El Comercio
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