miércoles, 7 de septiembre de 2011

PERPETUA LECTORA

En mitad de la noche un golpe sordo quebrantó la duermevela del cuidador de la residencia de ancianos. El grito que siguió le hizo despertarse del todo y correr por los pasillos mientras se preguntaba qué habría pasado. Cuando abrió la puerta todos sus músculos estaban dispuestos a enfrentarse a cualquier enemigo.
El libro, dijo la mujer malherida desde el suelo señalando al culpable. Se lanzó el hombre sobre el malvado objeto y dominándolo con una llave karateka lo acabó lanzando contra le esquina más apartada de la habitación.
Pero qué haces, mentecato, ayúdame a levantarme. ¿A qué viene eso de tirar el libro?
Reconoció el hombre a la lectora, mujer de ochenta y tantos que acudía al Centro de Educación de Adultos recorriendo media ciudad para seguir renovando sus conocimientos aunque tuviera sin duda mucho más que enseñar que aprender.
Lo siento, dijo ayudándola a levantarse avergonzado.
¿Pero a ti quién te ha enseñado a tratar los libros así?
Lo siento, María Luisa, creí que era por culpa del libro.
No, si culpable sí que lo es, porque quería posarlo en la mesita y, como ahora sacan estos libros supervendidos que pesan tanto, basculé y caí de la cama.
La mujer pensó en dormir, pero el sobresalto nocturno le había revuelto los recuerdos y no quería quedarse dormida con esa pesadumbre. Cogió aire y se levantó mientras sentía el dolor del mal golpe, estaría achacosa toda la semana. Agacharse para recoger el libro fue lo peor, luego sólo tuvo que hacer los pasos pequeños.
Consiguió recostarse y posar el pesado libro sobre su pecho. Observó el vaso de agua medio lleno en la mesita, cerró los ojos y esta vez no oyó ninguna sirena, tan sólo coches que pasaban, podría llegar a Ítaca sin huir de las tentaciones, no estaría Dean Moriarty al volante y el dolor en la cadera seguía allí.
Pero en cuanto abrió el libro y los renglones empezaron a pasar, sus rasgos rejuvenecieron, sus canas se volvieron negros cabellos y sus dedos se movían ágiles sobre el teclado de un ordenador que manejaba con la facilidad de una joven pirata informática dispuesta a resolverlo todo.

Publicado en El Comercio

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