La pasión es necesaria: ese descontrol del sentimiento tiene que aflorar de alguna manera y, como somos animales humanos criados en un entorno social, vamos al fútbol; no siendo más que un espectador ante un partido es fácil perder los papeles, todos lo hacemos y nadie lo tiene en cuenta. No estamos sudando la camiseta, ni rompiéndonos las piernas contra otros chavales que viven del mismo negocio aunque sean por unos momentos el enemigo. Estamos sintiendo los colores desde la grada.
Todo está perfectamente establecido: silbamos o insultamos al contrario según capacidades, arengamos a los nuestros con los cánticos correspondientes aún dudando de su absurda rima, miramos el marcador atentos a resultados ajenos por si tenemos algo que celebrar, insultamos al árbitro y sus ayudantes como es debido, aplaudimos o abucheamos a los jugadores que cambian campo y banquillo mientras hacemos conjeturas sobre su posición y consagramos o condenamos al entrenador, celebramos los goles o nos abrazamos con euforia a desconocidos si la situación se había puesto tan tensa que nadie sabía dónde estaba su lugar, silbamos al palco, al entrenador... Vivimos, con pasión, un partido de fútbol en el campo, una de las situaciones más placenteras que se pueden disfrutar. Como oír un gran concierto, saborear el mejor cocido o ese que disfruta paseando con la ropa más elegante.
Es entonces cuando el hombre más indolente, ese señor discreto y tranquilo —no está claro si tímido o dicharachero— se convierte en Mister Hyde, se revela su Señor Oculto y sorprende a los que estamos cerca con gritos un poco más desalmados que los nuestros. Es evidente que somos muchos los que descargamos tensiones con el fútbol, sea por rabia existencial, estrés, hormonas desatadas, influencia mediática o aburrimiento de todo lo demás.
Olvidaremos nuestros miedos y dedicaremos todo nuestro sentimiento al partido, lo echaremos por la boca, gritaremos con todas nuestras fuerzas sin que eso sea algo fuera de lo habitual, tan sólo uno más. Todo por la boca gritando el gol necesario para vivir una semana más.
Publicado en El Comercio
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