No sé si era para una final de fútbol, carrera de coches o de motos, el caso es que nos juntamos media docena de recientes cuarentañeros de sexo masculino para desplazarnos al evento y disfrutar un par de días lejos de casa ajenos a las responsabilidades de esta segunda juventud.
Estábamos a punto de presenciar el evento cuando Lucio descubrió que su mujer le había puesto un preservativo en un bolsillo del pantalón. Lo descubrió al sentarse. Al menos eso dijo, aunque yo creo que ya lo sabía y quería compartirlo, a ver qué le decíamos. Eligió mal momento, porque con tanto ruido era imposible.
Lo primero que puedes pensar es qué mujer tan liberal, esto es una clara invitación al adulterio, a echar una cana al aire ya que te vas de viaje con los amigos a disfrutar del deporte en directo. Y si hay ganas las oportunidades aparecen de cualquier manera, se encuentran o se buscan, no hay problema.
Una idea más conservadora es el preservativo como protección por lo que pueda acontecer. Enfermedades de transmisión sexual o hijos no deseados son un riesgo a evitar. No se pone en tela de juicio la fidelidad, eso no preocupa tanto como las posibilidades de algo que de alguna manera se puede controlar.
Otra opción —que de alguna torcida manera me recuerda la lectura de La infancia de un jefe, de Sartre— es más enrevesada y podríamos titularla: Condón llamado Pepito el Grillo, con el subtítulo: la voz de la conciencia marital ante la oportunidad sexual. La estrategia no es tan complicada en principio: te pongo el preservativo en el bolsillo y si no vuelves con él es que algo pasó. Pero vamos a la parte compleja: tal vez se dé la circunstancia en que venga al caso utilizar el preservativo (ese arma latente en tu bolsillo). ¿Si eso ocurre no vas a recordar de dónde viene? ¿quién te lo ha puesto ahí? ¿qué responsabilidad se te supone?
Lo indudable es la madurez de ese acto. Sea por consciencia de las debilidades humanas, precaución ante lo que pueda ocurrir o maquiavélica presencia, me quito el sombrero ante esta mujer.
Pero calla, que empieza el ruido...
Publicado en El Comercio
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