Abotono hasta el cuello mi abrigo dispuesto a hacer de la salida a la compra un homenaje al gran Robert Walser. Con la llegada de la primavera las horas de sol han aumentado paulatinamente de esa forma que sólo un paseante minucioso o un ratón casero pueden llegar a distinguir.
La
sombra que ofrecen los edificios para un caminante con una empresa
como la nuestra resulta ahora innecesaria, pero no podemos olvidarla
para momentos peores. Los fumadores parecen multiplicarse en torno a
esos barriles que ponen en la calle para sujetar los ceniceros. Tal
vez sea el momento de entrar al bar y fortalecer el espíritu,
contemplar a esa camarera que sirve los cafés mientras canturrea
como siempre, poco atenta a los clientes, y multiplica cada semana
los tatuajes de sus brazos. Pero no hay tiempo para eso, debemos
volver a casa cuanto antes con pan, leche y mantequilla. Tenemos una
misión.
Son
muchos y variados los supermercados de la zona a los que podemos
acudir, en todos ellos abunda un personal bien formado que atiende al
comprador con solvencia. Casi siempre son mujeres fuertes, capaces de
teclear con la delicadeza necesaria en una caja registradora e
igualmente desplazar y colocar grandes pesos en las estanterías.
Saludamos
a todos al entrar, los que escogen, los que trabajan, los que pagan y
los que miran desde la cola cómo pasa la vida esperando su momento,
o piensan en el amor perdido, o el crimen que van a cometer. Los
habitantes de una cola son casi siempre gente temible, de esos
dispuestos a pensar en algo.
Qué
bien ordenado está todo, me digo cada vez que entro en uno de estos
comercios. Esos productos perfectamente dispuestos, con etiquetas de
papel que nos indican el precio, y son de un color diferente si es
una oferta... Son tantos los trabajos que han
realizado esas personas para facilitar la compra de todos nosotros
-compradores dispuestos a buscar la mejor oportunidad-, que cuando
cojo mi bolsa de pan para completar el proceso ya empiezo a sentirme
un ídolo, un héroe, a punto de empezar el viaje de vuelta a casa.
Publicado en El Comercio
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