Nadie diría viendo a este tragaldabas
con un peso muy por encima de las nueve arrobas que de pequeño era un mal
comedor, que sólo me comía del huevo frito la yema forrada con pan, eliminando
lo blanco por intragable, o que me engañaban metiendo un huevo batido en el
colacao (y todavía hoy miro el vaso sospechando, cuando no lo hago yo mismo),
que empecé a comer tomate con veinticinco años cumplidos, que mis primeros
recuerdos son olores de un viñedo en la Borgoña y abofeteo a mi mayordomo
Ferdinand si el Beaujolais lo sirve a 19 grados. Nadie lo diría.
Soy
un cocinero frustrado, esa es la verdad.
Disfruto y valoro los mejores caldos como trago lo que me den en la peor
batalla. Me queda olfato para distinguir matices pero mi afición prolongada al picante y los
destilados me han deshabilitado como nariz de primera clase. Me queda
transmitir estas frustraciones a mi retoño, capaz de distinguir cualquier clase
de leche o sus derivados con un simple acercamiento de sus fosas nasales. Vive dios (esto no lo digo yo, es una
expresión hecha), es infalible.
Oye, papá, ¿echo el laurel o no?, me
dice. Porque ya está sofrito el chorizo, echamos el pimentón antes de volcar
las lentejas que pusimos en agua ayer, picamos la cebolla y el ajo, lo echamos,
pusimos la guindilla. Me explicaste que ese era el toque secreto y que no se lo
dijera a mamá. ¡Que sí, jolín, que no se
lo voy a decir! Luego me dijiste que la
cocina es un arte científico, y por eso nadie es capaz de cocinar como la
abuela. Me explicaste que ella os enseñó a hacer las lentejas y las que hacíais
tus hermanas y tú eran distintas. Por eso era un arte. Y luego empezaste a
hacerte el metafísico y a hablar de los oficios que realmente son necesarios
para que la Tierra siga girando y quién sobreviviría cuando el mundo llegara a explotar. Me preguntaste un oficio, yo te dije probador
de juegos, abriste unos ojos como platos y me trajiste a la cocina para
explicarme una vez más lo imprescindibles que son los cocineros. Vale, sí, lo
son. ¿Echo el laurel o no?
Echa
la hoja y cerramos la olla mientras flota.
Publicado en El Comercio
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