miércoles, 18 de julio de 2012

SABER SABORES


Nadie diría viendo a este tragaldabas con un peso muy por encima de las nueve arrobas que de pequeño era un mal comedor, que sólo me comía del huevo frito la yema forrada con pan, eliminando lo blanco por intragable, o que me engañaban metiendo un huevo batido en el colacao (y todavía hoy miro el vaso sospechando, cuando no lo hago yo mismo), que empecé a comer tomate con veinticinco años cumplidos, que mis primeros recuerdos son olores de un viñedo en la Borgoña y abofeteo a mi mayordomo Ferdinand si el Beaujolais lo sirve a 19 grados. Nadie lo diría.
            Soy un cocinero frustrado, esa es la verdad.  Disfruto y valoro los mejores caldos como trago lo que me den en la peor batalla. Me queda olfato para distinguir matices  pero mi afición prolongada al picante y los destilados me han deshabilitado como nariz de primera clase. Me queda transmitir estas frustraciones a mi retoño, capaz de distinguir cualquier clase de leche o sus derivados con un simple acercamiento de sus fosas nasales.  Vive dios (esto no lo digo yo, es una expresión hecha), es infalible.
            Oye, papá, ¿echo el laurel o no?, me dice. Porque ya está sofrito el chorizo, echamos el pimentón antes de volcar las lentejas que pusimos en agua ayer, picamos la cebolla y el ajo, lo echamos, pusimos la guindilla. Me explicaste que ese era el toque secreto y que no se lo dijera a mamá. ¡Que sí, jolín,  que no se lo voy a decir!  Luego me dijiste que la cocina es un arte científico, y por eso nadie es capaz de cocinar como la abuela. Me explicaste que ella os enseñó a hacer las lentejas y las que hacíais tus hermanas y tú eran distintas. Por eso era un arte. Y luego empezaste a hacerte el metafísico y a hablar de los oficios que realmente son necesarios para que la Tierra siga girando y quién sobreviviría cuando el mundo  llegara a explotar.  Me preguntaste un oficio, yo te dije probador de juegos, abriste unos ojos como platos y me trajiste a la cocina para explicarme una vez más lo imprescindibles que son los cocineros. Vale, sí, lo son. ¿Echo el laurel o no?
            Echa la hoja y cerramos la olla mientras flota.

Publicado en El Comercio

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