Somos víctimas del tiempo pero
también alegres abejorros de lo que nos toca vivir. La música que sentimos
propia en su momento seguirá ahí aunque nuestros gustos hayan evolucionado o
simplemente cambiado. La adolescencia es la etapa de la vida más dispuesta a la
adoración, abierta a posibilidades con una intención de disfrutar de todo como
si el mundo se fuera a acabar en unas horas.
Guardo como oro en
paño la grabación radiofónica de un concierto el 29 de octubre de 1987. Tocaban Los Enemigos, Las Ruedas y Los
Ronaldos. De aquella estos grupos guitarreros eran una alternativa al pop
dominante en los cuarenta criminales. No llegué a tiempo para grabar a Josele,
Fino y compañía, tuve cosas mejores que hacer que sin duda entenderán Los Enemigos, un grupo imprescindible para entender la
historia del rock español, con miles de seguidores que cantan en el coche sus
canciones.
Pero llegué a
tiempo para grabar a los otros dos
grupos. Las estrellas eran Los Ronaldos. Un grupo de gran éxito en su momento,
con aquella frescura que el público no entendió en su tercer disco, con esa
maravillosa carpeta para el vinilo que albergo en mi bodega. Luego a Coque Malla
le dio más por el cine (El columpio,
qué maravilloso cortometraje) y su luz se fue apagando. Hasta que últimamente
han hecho unas cuantas giras con gran éxito. Lógicamente, siendo tantos los
nacidos a fines de los sesenta o primeros setenta –el baby boom–, tenemos que mandar.
Pero lo mejor del
sándwich, el grupo infortunado por excelencia, son Las Ruedas. Hasta en ese
concierto tuvieron mala suerte: problemas con el sonido, cables que fallaban
mientras las letras de Pedro Sanjuán funcionan con rabia en este documento
rock.
“Dos días” es mi
canción favorita –más guitarrera, mucho más intensa que la versión del disco
que sacaron después–, fundamental en una vida adolescente, grito esencial en el
canto de ducha adulto: son dos días, sólo dos días, tres como mucho, como un
rey.
Y ahora cuénteme
usted, señora, qué canta en la ducha para empezar el día. Seamos sinceros, yo
acabo de contarle mi intimidad.
Publicado en en El Comercio
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