Para muchos, rectificar no es de sabios, es una demostración
de pusilanimidad, de endeblez o incluso de chaqueterismo. Lo que hay que
rectificar es el pensamiento ajeno, doblegar voluntades y conseguir que el
concepto de sabiduría de los demás sea un espejo de las propias cualidades del
sabio que se precie. Errar no es humano, es para débiles.
Leocadia era una futbolera de miedo.
Su pasión por el deporte de los millonarios en calzoncillos era incontenible. Almacenaba
datos con tal rigurosidad que era habitual recurrir a ella para solventar dudas
existenciales (quién marcó el tercer gol en aquel partido de la temporada 85-86
contra el Madrid, por ejemplo). Una persona con tal devoción necesitaba los
canales televisivos de pago para ver absolutamente todos los partidos, una
magnífica excusa para ir a su casa y rodearnos de cervezas y canapés.
Un día de esos en que el fútbol no
nos había dado más que disgustos, llegados al mismo punto de indignación de
siempre, se erigió Leocadia como paladín de esta causa: ¿por qué yo tengo que
pagar para ver el fútbol y los que ven programas del corazón los ven a todas
horas, gratis y en todos lo canales? Nos conjuramos todos bajo este lema, sólo
para dejarlo correr al día siguiente entre los palos de la rutina. Pero
Leocadia no lo olvidó.
Me la encontré por la calle unos
meses después. Muy cambiada. Resulta que había llamado a un famoso programa del
corazón con intención de protestar por el indigno reparto del queso televisivo.
Para poder entrar en antena tuvo que contar que había sido amante de no sé qué
tipejo. Ya con su voz en off alumbrando a los contertulios, soltó su frase de
reclamación, pero no le hicieron mucho caso; es más, tomaron su energía verbal
como un rasgo aprovechable. En un par de días había recibido varias llamadas e
invitaciones de programas para dar explicaciones de su aventura con fulano o
mengano, en unas semanas ya formaba parte del ruedo rosa y aseguraba esto o lo
otro, afirmando que tenía fuentes contrastadas que no podía revelar. Divina,
ella. O diabólica. No sé, yo sigo errando humano.
Publicado en El Comercio
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