En una de esas reuniones de viejos amigos, en las que
es difícil intercambiar más de dos frases antes de tener que llamar al orden a
alguno de los niños que se han multiplicado con los años, planteaba su caso una
amiga desesperada que había estado haciendo un trabajo agotador durante meses,
dejándose crecer las ojeras mientras le robaba horas al sueño, para encontrarse
al final, justo en el momento adecuado, con que uno de sus compañeros explicaba
a los jefes los triunfos conseguidos y se llevaba las medallas.
Lo
bueno de juntarse tantas personas es que siempre hay quien está dispuesto a dar
réplica o consejo a quien lo necesite. Lo difícil es que esa persona te toque
al lado, porque al final uno acaba hablando con los dos o tres comensales más
cercanos y no hay oportunidad de trabar conversación con ese viejo camarada al
que hace años que no ves en persona.
Conmigo
tuvo mala suerte, odio dar consejos; su novio, sin embargo, parecía muy
dispuesto a intervenir. Empezó más o menos así:
Ya
decía José de San Martín que la conciencia puede ser el mejor juez que tenga un
hombre de bien, pero la conciencia es contradictoria y el bien, interpretable;
por eso hacen falta la
condena, el castigo, la colonia penitenciaria y todo el
kafkiano sistema...
Con
consejeros cercanos de esa calaña era fácil entender la desesperación de
nuestra vieja amiga. Por suerte, una mujer práctica estaba lo suficientemente
cerca para dar otra opinión.
Mira
chica, hay dos maneras de ascender, dos perfiles de trabajador con posibles:
los currantes y los figurantes. Los currantes trabajan más que nadie, dejan a
los demás a la altura del betún y esperan el reconocimiento merecido, no tienen
por qué ser especialmente brillantes, el tesón es su mejor arma. Los figurantes
esperan el trabajo de los demás para presentarlo como propio, tienen
desarrollada la capacidad para aprovechar cualquier ocasión en su favor, y
mejor aún si ponen en falta a los demás. Espera otra oportunidad y asegúrate
del grupo en el que estás, tú y los que están a tu alrededor.
Comiendo
y aprendiendo, oiga.
Publicado en El Comercio