miércoles, 6 de junio de 2012

MUY PROFESIONAL


A todos nos gusta rodearnos de buenos profesionales, pero a veces no son fáciles de encontrar ni podemos elegir.
            En una de mis primeras visitas a Madrid cogí un taxi en la Plaza de España para ir al Reina Sofía. El tipo era un gran conversador, ex-convicto, leído, futbolero, idealista, un probable magnífico anfitrión en la noche madrileña. Estuvo callejeando durante más de una hora –ahora se explican ustedes tantos datos– y me metió el clavo que pueden imaginar.
            Siempre voy a una frutería un poco lejos de casa. La frutera es una mujer seca y distante; el marido, que aparece de vez en cuando, es el que lleva la parte contratante de la primera parte y hace gracias al público, pero esta señora que no se preocupa de la clientela nunca te pone una pieza mala en la bolsa: selecciona lo bueno y arroja lo malo. No sé si todo eso que tira ya no es comestible, confío plenamente en su juicio porque todas las frutas que llevo a casa están estupendas.
            Acudí al mismo artesano para renovar mi llavero de cuero 25 años después. Me atendió su hijo mostrando desconocimiento. Llegó el insigne padre fumando un puro, lo posó, resopló y dijo: yo quiero disfrutar, no ser un héroe. Los problemas de espalda frenaron mi reverencia. Vale, ya te lo hacemos, dijo, lleva poco tiempo. Eso fue hace tres meses, sigo esperando pero no me importa, porque sé que su trabajo va a ser perfecto.
            A veces no puedes elegir, como cuando llevas un aparato estropeado al servicio técnico, o acudes al médico de urgencia. Tampoco es fácil estar en disposición de elegir tus compañeros de trabajo. Ahí es donde funcionan los gustos o prejuicios, donde cada uno lleva mejor al vago o al trepa, al puntilloso o al angustias, al que usa el trabajo como terapia ocupacional o como entretenimiento. Y, por supuesto, ahí es donde te valoran y eres parte contratante de la segunda parte.
            Tengo amigos con los que nunca me gustaría trabajar y compañeros de trabajo con los que no estaría cómodo tomando una cerveza. Y mira que es fácil tomar una caña si la tiran bien, en el vaso adecuado y a la temperatura correcta.

Publicado en El Comercio

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo hace mucho tiempo me encontré uno de estos profesionales enamorados: el Hombre que Sususurraba a las Cámaras de Fotos. La abría para sacar el rollo y decidir el nuevo tipo más adecuado (yo siempre fui muy torpe para todo eso), y cepillaba amorosamente el interior del aparato mientras murmuraba: "Has estado en la playa, ¿eh?". Se lo decía a ella, no a mí.

Ton dijo...

Yo arropaba a mi primera cámara réflex y le leía cuentos de catalejos antes de dormir, pero nunca conseguí que hablase. A saber lo que habría visto en la playa.